Miro un templo en los ciruelos desnudos.
El patio es la espesura donde crece la tarde,
anudada en soledades que levantan
la creación de acantilados encendidos.
La ausencia de follaje celebra el resplandor
del abismo que toca los troncos
como poblados de vacío
o del negro animal de la noche.
Las ramas del ciruelo son el eco
de un cielo que en llamas anuncia
los heraldos festivos de un cáliz sin mácula,
en donde el sonido de la tierra es infinito
y el corazón un instrumento para oír
la luz de esas hogueras.
"Para celebrar la luz de los ciruelos" de Cosme Álvarez, en El azar de los hechos.
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