Me gusta mucho contar esa historia sobre los eskimales, que tienen muchos nombres para el color blanco, lo cual significa que pueden distinguir entre numerosas tonalidades porque, en realidad, no existe un sólo color blanco, como indica nuestro idioma, sino muchísimos, y son todos diferentes, y además cambian según la luz que reciban.
En nuestro idioma (o, debería decir, idiomas, al menos los de origen latino, y otros de la vieja Europa), existe también una sola palabra para denominar una experiencia que es siempre distinta: amor.
Si usáramos distintas palabras para nombrar las distintas tonalidades de color blanco, tal vez podríamos aprender distinguirlas con mayor claridad. Y entonces tal vez el paisaje del amor se volvería más rico, menos nebuloso: tal vez el tránsito por él se volvería entonces más placentero y múltiple.
Maybe, we would then truly be in the position to embrace diversity.
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