Siempre me ha intrigado la historia que le cuenta el hombre que pone las películas en el cine a Toto, en Cinema Paradiso. ¿Cómo es que alguien renuncia un día antes de llegar a donde desea? La historia es vieja (aunque tal vez poco revisitada estos días): un enamorado recibe un reto de su amada - si es capaz de quedarse fuera de su ventana cien días y noches seguidas, le entregará su amor.
El hombre espera y espera, en la lluvia, en el sol, en el frío, en el calor, etc. etc., y en el día noventa y nueve agarra, toma su silla y se va. ¿Qué tal? Bueno ¿pero por qué se va? ¿Es que ya había perdido el deseo? ¿O la fe? ¿O tenía miedo de que no se abriera la ventana, de que la señal no llegara, de que le cayera encima la certeza de que todo había sido en vano? ¿O lo que le dio miedo fue el amor real de la amada idealizada? Quién sabe las cosas que escucha un hombre que permanece en silencio, en espera, por casi cien días; algún secreto sobre la renuncia, tal vez, alguna observación sobre lo absurdo.
1 comentario:
Yo entiendo por qué lo hace, o eso creo. Uno pierde la fe y no es tarea sencilla. Uno pierde la fe en la palabra del otro, en la prueba misma, pero nunca en el amor porque ese está en todas partes y no necesita pruebas, igual que lo divino y lo terrible. Es y ya, uno lo toma o lo rechaza con la voz que habla de la entraña, pero eso de poner pruebas o exigirlas a cambio de una promesa... Gracias por la visita a mi lugar. Comparto tu ingenuidad, soy casi una profesional de la candidez, asumo que durante años he sido la mismísima encarnación de caperucita roja. Pero hay mañanas en las que salgo de casa pensando que ya no quiero ser así, y me repito esto ante cualquier extraño que quiere acercarse: la naturaleza del ser humano es de una desconfiabilidad que rebasa cualquier prueba. A veces me gustaría, sólo por curiosidad -y ese es vicio de caperucita-, saber qué poder tienen los pelos y los dientes de los extraños para atreverse a preguntar a qué dios le reza uno. Más práctico sería fingirse sorda, pero tampoco soy práctica. Me gusta irme por el camino largo, y cuando más doloroso se vuelve el trayecto la voz de mis tripas me recuerda que no hay razones para angustiarme, al fin que ya conozco el camino de regreso.
Dios, esto ya se convirtió en un post... otro de los vicios de la caperucita blogguera.
Un abrazo.
Cuando vengas me encantará ir contigo a tomar el té.
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