Ofrezco el dolor de una mirada a través del aire
el dolor de una mirada detenida
que invierte su camino y corta hacia dentro
Ofrezco el dolor de la voz que carga la negativa del amante
el dolor del sonido que transporta al llanto
el dolor de la noche dividida por un gemido
Ofrezco el dolor del silencio
el dolor del aire bajo el silencio
el dolor del sueño que no puede entrar en un cuerpo cansado
Ofrezco el dolor del hilo que raspa la fibra
el dolor de un alfiler al entrar
en el centro de la planta del pie
el del filo al penetrar la carne
Ofrezco el dolor ignorante de cada paso sobre el suelo
el dolor de la tierra abierta por la siembra
el dolor de la materia podrida que pierde su estado
Es cierto, también, el de las hojas de pasto
que cortan la tierra
para abrirse paso
Ofrezco el dolor de toda trayectoria
el de la presión del lápiz sobre la hoja
el del sol al abrir el cielo
el del agua que escinde el aire
el de la espera
el de la memoria
el de toda palabra
Ofrezco el dolor
__________menos el del lugar
__________donde el dolor se lava
"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."
Virgina Woolf, The Years
24.9.07
6.9.07
Piensa que nacen entre espinas flores
Aún queda agua en los ojos. Si eso es lo que me preguntan, si eso es lo que quieren saber. No es sólo la ciudad. No es sólo lo que supe y lo que no supe de ella. No es sólo la voz que no fue mía. No es sólo la confusión, la mía o la de otros. No es sólo el frío al tratar de entender quién quiso, y cómo. No es sólo el miedo ante el espejo cuando veo quién porta la cinta sobre los ojos, cuando me reconozco. No es sólo el nombre que gritaría, aquí, en medio de todo.
No es sólo el color de tierra roja de la voz de la ciudad cuando canta, que por ahora sólo recuerdo, o la lluvia o el calor o las dos cosas al mismo tiempo. No es sólo lo que traje o lo que dejé.
No sé qué es; si me preguntan, si eso es lo que quieren saber. Pero no es sólo eso. Es algo que tal vez ya no debería estar aquí. Algo que no acaba de terminarse. Algo que se resiste a morir, aún cuando intento no darle ningún alimento; la raíz que ha penetrado demasiado. Por eso no hace falta más que un sonido, o una conjunción de ellos, una fila de ellos, uno tras otro, no hace falta más que una danza de sonidos y entonces todo está ahí, las presencias y las ausencias, y el agua caliente y dulce, aunque debería ser salada, y los gestos, y los ojos que se cierran y escurren. Pero una danza de sonidos es demasiado, es cierto. Es que trae, además, otras cosas. Nombres. Y no sé si lo que esconde un nombre sea sólo eso; no sé ni siquiera qué se contenga en él, no estoy segura de ello, pero debe ser eso: algo que no puedo decir, algo que no puedo mirar, algo que no alcanzo a confesar, algo que no ha dejado de estar, algo que no quiero dejar. Un centro que evado: no busco los pedazos de raíz arrancada entre la tierra; no quiero ensuciarme las manos con ella.
Y tal vez todo sea, en verdad, nada sino voluntad.
Alguien alguna vez me explicó la razón del llanto – alguien que acaso sea un sabio. Debo admitir que no la recuerdo con claridad, pero tenía algo que ver con la belleza. La belleza como el motivo del llanto, la belleza de algo o de alguien más, al mirarla, al saberla, al reconocer la distancia que nos separa de ella; tal vez.
Tal vez sea esto. Si me escuchan, si esto es lo que quieren saber.
No es sólo el color de tierra roja de la voz de la ciudad cuando canta, que por ahora sólo recuerdo, o la lluvia o el calor o las dos cosas al mismo tiempo. No es sólo lo que traje o lo que dejé.
No sé qué es; si me preguntan, si eso es lo que quieren saber. Pero no es sólo eso. Es algo que tal vez ya no debería estar aquí. Algo que no acaba de terminarse. Algo que se resiste a morir, aún cuando intento no darle ningún alimento; la raíz que ha penetrado demasiado. Por eso no hace falta más que un sonido, o una conjunción de ellos, una fila de ellos, uno tras otro, no hace falta más que una danza de sonidos y entonces todo está ahí, las presencias y las ausencias, y el agua caliente y dulce, aunque debería ser salada, y los gestos, y los ojos que se cierran y escurren. Pero una danza de sonidos es demasiado, es cierto. Es que trae, además, otras cosas. Nombres. Y no sé si lo que esconde un nombre sea sólo eso; no sé ni siquiera qué se contenga en él, no estoy segura de ello, pero debe ser eso: algo que no puedo decir, algo que no puedo mirar, algo que no alcanzo a confesar, algo que no ha dejado de estar, algo que no quiero dejar. Un centro que evado: no busco los pedazos de raíz arrancada entre la tierra; no quiero ensuciarme las manos con ella.
Y tal vez todo sea, en verdad, nada sino voluntad.
Alguien alguna vez me explicó la razón del llanto – alguien que acaso sea un sabio. Debo admitir que no la recuerdo con claridad, pero tenía algo que ver con la belleza. La belleza como el motivo del llanto, la belleza de algo o de alguien más, al mirarla, al saberla, al reconocer la distancia que nos separa de ella; tal vez.
Tal vez sea esto. Si me escuchan, si esto es lo que quieren saber.
1.9.07
Preludios. Una traducción
Arrojaste la cobija,
permaneciste acostado, y esperaste;
entre el sueño y la vigilia,
observaste cómo la noche revelaba
las mil imágenes sórdidas
de las que tu alma estaba hecha;
oscilaban en el techo.
Y cuando el mundo regresó
y la luz se arrastró entre las persianas,
y escuchaste a los gorriones en las alcantarillas,
tenías tal visión de la calle
que la calle apenas podría entenderla;
sentado a la orilla de la cama, donde
rizabas los papeles de tu cabello,
o apretabas las suelas amarillas de los pies
entre las palmas de ambas manos, llenas de tierra.
permaneciste acostado, y esperaste;
entre el sueño y la vigilia,
observaste cómo la noche revelaba
las mil imágenes sórdidas
de las que tu alma estaba hecha;
oscilaban en el techo.
Y cuando el mundo regresó
y la luz se arrastró entre las persianas,
y escuchaste a los gorriones en las alcantarillas,
tenías tal visión de la calle
que la calle apenas podría entenderla;
sentado a la orilla de la cama, donde
rizabas los papeles de tu cabello,
o apretabas las suelas amarillas de los pies
entre las palmas de ambas manos, llenas de tierra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)