"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


23.4.09

La nieve fue cómplice


para Juan Carlos, a un año del primer encuentro



¿Cómo hubiera podido saber lo que esa inesperada nieve de abril me estaba anunciando?

Uno habla, uno escribe, uno escucha, y al mismo tiempo ignora hacia dónde, o hacia quién, lo llevan sus palabras.

La piedra fundacional es el compartir.

La piedra fundacional fue el compartir. Sobre ella se ha construido, y se sigue construyendo, todo lo demás: los desayunos, preparados, comprados o agradecidos; los atardeceres, las garzas, la música que cobra sentido; los abrazos, los rezos, el consuelo; voltear y encontrar una mirada cómplice, o una voz que explica; el calor y la certeza de una mano que sujeta la propia; el descubrimiento de la geografía secreta de un cuerpo, y la invención del placer; la risa hasta las lágrimas; los horizontes que se amplían, los que se ganan, los que no se acaban de comprender; las cartas, los regalos, las llamadas telefónicas, las flores; todas esas palabras que nos sostuvieron en la distancia; los paisajes, las calles, los libros y la música que ahora pertenecen a dos.


¿Qué hubiera pasado si mi hermano no me hubiera llamado para ver la nieve esa noche? ¿Qué hubiera pasado si la nieve no se te hubiera hecho la escurridiza? ¿Cómo podemos saber lo que los eventos nos traerán? No podemos. Podemos aprender a agradecer y a cuidar.

Es cierto que "la vida se cose con hilo fino", y ese hilo a menudo está hecho de azar. El destino comenzó transformando la experiencia en escritura, y ha terminado convirtiendo la escritura en la experiencia de amar.



22.4.09

Majadero





¿Cómo habrá pasado la palabra de designar a un mortero a designar una persona grosera?


Publicado en El Mercurio de San Jerónimo. Boletín de noticias curiosas del pasado novohispano publicado por la Universidad del Claustro de Sor Juana, No.2 (Enero-Febrero 2009)

14.4.09

Nosotros somos basura

No sirve de nada separar la basura.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché esto. El argumento siempre es similar: les das la bolsa y luego luego la rompen y sacan todo y lo revuelven con lo demás, ¿de qué sirve separarla entonces?

Hace varios años, en la universidad, platicaba con un profesor sobre la necesidad de proyectos culturales, marginaciones sociales, etc. Me contó que cuando era joven fue con un grupo de personas que trataban de alfabetizar a personas que trabajaban en un basurero. Mi profe, mostrándose todavía impresionado después de muchos años de recibir la respuesta, me dijo que uno de ellos le dijo algo así como a nosotros no nos importa eso, nosotros somos basura.

Mi hermano me preguntó varias veces por qué separaba la basura. Le contesté lo mismo, pero no sé si no me escuchó o si las razones que le daba no eran suficientes para él: cada vez me lo volvía a preguntar como si fuera la primera, y seguía sin respetar la separación de los distintos botes.

No quisiera decir que son la ecología, o el medio ambiente. Aunque reconozco la importancia fundamental de estas actividades para la vida hoy en día, me parece que el uso corriente de estas palabras tienden a enfatizar la distancia mental que existe actualmente entre nosotros como seres humanos y el resto de la vida que nos rodea, y en la que habitamos; me parece que la basura no es un problema de la ecología o del medio ambiente como algo que es ajeno a mí, lejano, de los bosques o los ríos o los animales que yo, como ser citadino, no habito ni veo. Me parece que es un problema que me atañe a mí como habitante de este planeta, y que lo que yo haga me afecta a mí directamente, a los que están cerca de mí y a los que nunca conoceré.

Hace muchos años manejaba por una carretera con un amigo. Pasamos junto a un basurero, y él me contó que la basura dejaba mucho dinero. Que vendían el plástico, el papel, etc. Separan la basura y la venden. En el basurero había algunas casas, pequeñas y hechas como de madera, y se veía cierto movimiento, había niños jugando, algunas personas caminando o haciendo otras cosas, no recuerdo ya qué.

Pero la basura que separan y luego venden está manchada, huele mal, está llena de substancias en descomposición, de infecciones, de todo lo que ya no queremos ver, de mierda, de lo insalubre. Y la gente que trabaja en los camiones de basura o en los basureros toma las bolsa, las abre y en el camión o en otro lugar la separa, se llena las manos, los pulmones, los ojos, los pies, los zapatos y la ropa de toda esa suciedad que todos nosotros producimos.

A mí me parece una responsabilidad grande e ineludible separar la basura. Y es, además, sencilla. Me parece que los que la reciben agradecen que el plástico o el cartón o el vidrio esté limpio, que los desechos de comida o del baño estén en bolsas separadas.

Me parece que separar la basura también tiene una dimensión social que muchas veces se pasa por alto, que se convierte también en una cuestión de dignidad, de respeto, incluso de agradecimiento por alguien que hace un trabajo que afecta tanto la vida de un ser humano, que puede llegar a afirmar que él o ella son basura.

Yo no he visto que las personas a las que entrego la basura abran las bolsas ahí mismo. Me he fijado que los camiones de basura traen colgando costales con botes de plástico, papel o cartón u otras cosas. No en todos los lugares es obligatorio separar la basura, y hay muchas personas que no lo hacen. Tal vez las personas que la recogen no esperan que la mayoría de la gente lo haga. Me parecería un gesto importante advertirle al señor que me acepta las bolsas que la basura está separada. Creo que la próxima vez que pase el camión de la basura empezaré a hacerlo.