"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


23.4.12

No es "nuestra"

... la persona amada que despierta nuestra pasión adquiere un peso humano específico, se convierte en una preciosa criatura que no es "nuestra", sino de la humanidad, y fluye hacia ella, espontáneamente, nuestra energía de compasión. Al amarla, aprendemos a amar a la criatura humana y a todo ser sintiente, a la vez que desarrollamos amor cósmico y pleno. Así, reconocemos realmente que la cualidad de la energía universal se halla en todos los seres y que sólo por eso todos deben resultar amables y amados. Ésta es la magia más poderosa y es la magia del amor, con todos sus misterios y sus mensajes. El que la descubre deja de ser un viajero sediento y aprende a dar afecto y no sólo a recibirlo. Se encuentra con el amor sin ataduras y obtiene comprensiones profundas que escapan al que vive de espaldas al amor.

Ramiro Calle en El amor mágico.


16.4.12

La primera Alicia



La primerísima versión de Alicia en el país de las maravillas!!!  Es maravillosa. Se estrenó en 1903, una producción inglesa de los directores Cecil Hepworth y Percy Stow. Dura 12 minutos y, en ese tiempo, se convirtió en el film británico de mayor duración. El mismo Hepworth aparece en la peli, como el Frogman, su esposa es la Reina de Corazones, Alicia era Mabel Clark, la secretaria de producción, y bueno, hasta el perro sale.

En el minuto 5: el gato de Cheshire! Es maaaaravilloso, y después la fiesta de té! Ay, tienen que verla, está cagadísima.

Acá se las dejo a vuestras mercedes:


Y si gustan leer más al respecto, un artículo del British Film Institute, quien conservaba la única copia conocida y se dió a la tarea de restaurarla: Alice in Wonderland (1903)


(Que me la voy encontrando así nomás, qué afortunada!)

9.4.12

A goddam library



No había notado que había una mesa de libros a $1 peso hasta que él empezó a hojearlos. Dejó su mochila cerca de la puerta, y revisaba los libros hincado en el piso. Su pelo era gris y negro, despeinado y voluminoso. Su ropa casi toda obscura, vieja, desgastada. Su tez, de un color pardo como el de los que ya no gozan del privilegio de un baño.

No negaré mi sentimentalismo burgués: confieso que quise llorar, y los ojos seguramente se me pusieron vidriosos. Él seguía hojeando libros: de texto, en inglés, revistas, como si buscara algo, e iba formando una pequeña pila de los que, me imagino, eran de su interés. Me acordé de una película que me gustaba mucho en la que había un personaje que era un homeless, y que en un momento de rabia honesta le gritaba a un soon-to-be egresado de Harvard: I had a goddamn library! Y después, por libre asociación, de un señor que cargaba una maceta gigantesca de barro en su espalda, un señor indígena, muy grande, de 70 años o más, que también me movió a las lágrimas cuando era una mocozuela.

Sentí unas ganas enormes de acercarme hacia él y decirle que escogiera el libro que quisiera, que yo se lo pagaba. Pero no lo hice. De nuevo, la maldita autorepresión, la necesidad de pasar al menos un día sin algún encuentro bizarro con algún desconocido extraño, un poco de pena, y también el miedo a no poder cumplir el compromiso prometido: ya no llevaba tanto dinero.

Fingí ver unos libros detrás de él, tenía curiosidad de qué estaba viendo, y de qué iba escogiendo. Luego me sentí muy indiscreta, revisé con verdadero interés un libro que afortunadamente no compré, y como se tardaba tanto en revisarlos, me fui.

Luego regresé. Él ya no estaba.