"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


26.3.08

the power of secrets

My buddy Trevor told me once that a long time ago the Crees used to go into the forest with a spear. And what they had to do was they'd sneak up on a bear and tap him on the bum wiht it. Not the sharp side, but the flat side, I guess, and the bear would scoot away in fear. Then you would come out of the forest and never tell anyone about it. But that's what made you a man. If you could do that then you were a man. But the key was never to tell anyone, not even your wife. You keep it inside and you know it yourself, that you did, hey.

So, my question to you all is do you have any secrets that you haven't ever told anyone? Good. Keep them inside you. If not, you better run out and start gathering some so they can keep you warm inside when you're in your golden years. The bad secrets should be talked about, I think, but the sacred ones, the special ones, the good time ones, I think you should keep them inside. Not all, but some. Because they are medicine. They'll get you through the hard times. Plus, no one wants to fool around with you if they think you'll tell all your buddies and coworkers, hey!

[...] Me? I don't think I have too many secrets. Every five years I spill the beans to somebody about something, I'm sure, but I live a good life: I'm not out to hurt or take. The only secrets I have are my PIN numbers and the love songs that I sing into the wind for someone I haven't even met yet, but I know I shall meet one day...


CAME across this one in quite an unexpected place, some UBC magazine (Trek) I had picked up to read about the history of the Chinese in Canada. "The power of secrets", by Richard Van Camp (también me gustó el tono, me recordó a J.D. Salinger y a Paul Auster). I opened the magazine randomly as I was waiting for the 17 Oak (bus- it takes forever), and there it was. It was well worth the waiting though (con todo y lluvia y humedad y frío y todo el numerito vancouveriano), otherwise I might've never even known it was there at all.

24.3.08

Me... I'm just a drifter

No sé ya hace cuánto tiempo, supongo que casi exactamente una semana, fui a tomarme un tecito a uno de los tantos starbucks que pululan por la ciudad, claro que no todos son iguales y este es mi favorito, por varias razones con las que no me entretendré por ahora. Estaba escuchando música y dibujando, asilada del resto del mundo, cuando ví que una señora entró y se fue derechito a platicar con un par de individuos que estaban estudiando español (me parece) justo atrás de mí.

Como se me hizo muy abrupto, volteé a ver qué estaba pasando, nada, alguien que esperan, supongo, pero no había acabado de darme la vuelta cuando la señora ya estaba parada junto a mí, y ahora sí pude verla bien. Me pidió que le comprara un café, pero como tenía un reguerito de cosas a mi alrededor, tal operación me pareció sumamente complicada, y tuve que contentarme con darle el dinero para que ella lo comprara. Le dí dos dólares y le pregunté si era suficiente - necesito al menos tres, me respondió. Me agarró una risa, o, más bien, una sonrisa, entre complaciente e irónica, y le dí otros cuatro cuartos (casi todo el cambio que había estado guardando para sacar copias en la biblioteca).

La señora me preguntó que si podía sentarse conmigo; yo francamente no tenía ganas
de engancharme en tan extraña situación, y musité algo como tengo que trabajar, trabajar? en qué estás trabajando?, movió mi chamarra del otro sillón, se sentó y empezó a platicarme que había empezado a tomar cuando era chica, con su familia, la cual acostumbraba tomar un vaso de vino diario, que vivía en East Hastings, no en una casa sino en la calle, que había tenido un amante que la proveía con lo necesario, pero que ahora ya estaba muy viejo, como setenta años, que iba a las sesiones de alcohólicos anónimos, que su padre se llama William (lo recuerdo porque mi papá se llama Guillermo, aunque no tuve oportunidad de contárselo, no quería interrumpirla), que su hermana tiene una casa en el Cariboo, y ella... bueno, me, I'm just a drifter.

Lo último que me preguntó, creo, fue si tenía una tarjeta de débito, a lo cual respondí inmediatamente que no, (abriendo los ojos grandes, estoy segura) y que si podía comprarle una cajetilla de cigarros, a lo que contesté que nunca me venden sin mi pasaporte y que no lo traía (como si alguna vez hubiera intentado comprar cigarros aquí o en cualquier otro lugar).

Me dijo que tenía que ir al baño, se levantó y me estiro la mano, la cual no pude rehusar, sobre todo cuando casi nunca recibo tales muestras de afecto, complicidad o al menos de algún vago sentimiento de comunión por estas tierras- digo, de frente a su escasez se aprecia más su intención.

No sé cómo habrá sido vista tal conversación por las otras personas que tomaban café, pero el individuo de la mesa de atrás dejó de coquetearme por completo. Poco después la señora pasó detrás del sillón hacia la puerta; no ví si llevaba algún café en la mano, pero supongo que habrá preferido comprar cualquier otra cosa con el dinero, lo cual no deja de hacerme sentir un tanto culpable por mi ingenuidad.

Ya en la parada de autobús, para regresar a casa, un hombre me clavo los ojos y me pidió que le coperara para su boleto de regreso - que no sabía que ese día iba a trabajar hasta el centro; saqué los últimos setenta y cinco centavos que traía, y se los dí - es cierto, las tarifas del camión acá son muy altas.

Preacher at the bus stop

Hace ya varias semanas (o tal vez sólo una o dos, el tiempo pasa tan lento y tan rápido a la vez) fui a tomar una clase de tai chi a una zona no muy linda. Era ya un poco tarde (considerando los estándares de esta ciudad) y la parada de autobús estaba bastante obscura. Como siempre (y como siempre, sin darme cuenta) le sonreí al extraño que se acercó a ver el horario de los autobuses - como yo no me había dado cuenta que tal útil instrumento estaba ahí, estaba llamando al servicio de transporte público para averiguar cuánto tiempo más tardaría en pasar el camión, aunque no creo que llevara esperando más de uno minuto o dos; como le sonreí y como algo habrá inferido del punchamiento de botones y de las idas y venidas de mi mirada (del número de la parada al teclado de mi celular) el tal señor me preguntó que si tardaría mucho tiempo en pasar el camión - alguito, alguito, unos diez minutos.

La siguiente pregunta, mucho más inesperada, fue cuál es tu religión, así, llanamente, sin ninguna preparación de terreno ni ninguna sútil o amable demanda, de esas de las que uno no se puede escapar; mi respuesta habitual en estos lares, donde por extrañas y desconocidas razones he tenido que llegar al punto de construirme una respuesta, fue, por supuesto, soy católica pero no practicante (aunque, en inglés, el verbo ser puede omitirse con gran facilidad).

Ante tal respuesta, el don se sorprendió y me dijo cómo? Yo le contesté que dios no necesita intermediarios, y este hombre, que resultó ser hindú converso al ateísmo, converso a uno de tantos cristianismos y actualmente pastor anglicano, se rió un tanto desdeñosamente, y yo tuve que aguantarme las ganas de decirle algo así como ah, la iglesia de Enrique VIII! con todas las sutiles y no sutiles implicaciones de tal afirmación que saboreaba en mi cabecita y nada más en mi cabecita.

Total, acabó invitándome a la misa de pascua y ofreció presentarme a la congregación y hasta llevarme de regreso a mi casa... Pero yo, como buena mexicana, acabé cumpliendo sus expectativas de los mexicanos - léase, gente que dice que sí y luego no se aparece, y que no hace lo que su iglesia dicta al pie de la letra; afirmación que después nos ganó un silencio incómodo en el camión, cuando el señor tuvo a bien preguntarme de dónde era.