"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


27.8.08

Fireworks




Durante el día la luz es blanda. Dispersa. Se sostiene en el aire. Flota, tal vez, menos cuando se recarga sobre el brazo de un sillón, sobre la esquina baja de alguna puerta, sobre la orilla de una enredadera; o cuando la sostiene alguna sombra. Pero en la noche es casi concreta. Casi sólida. Como los brazos de una fogata, por ejemplo. O la lumbre de un cigarro. O una estrella.

Cada año, en Vancouver, se organiza un concurso internacional de fuegos artificiales. Este año concursaron China, Canadá y Estados Unidos. Los fuegos se lanzan desde una plataforma en el mar, en English Bay. Muchas personas, quizás cientos, empiezan a llegar desde la tarde para encontrar y apartar un buen lugar. Permanecen ahí varias horas, esperando a que obscurezca lo suficiente, como a eso de las diez o diez y media.

Demasiadas personas, que ocultan su impaciencia, o no. Que empiezan a pasar sobre las cobijas de otras personas, llenándolas de arena, porque ya no hay más arena sobre la cual caminar. Gente que oculta, o no, su impaciencia. Gente que necesita ir al baño, ir a comprar algo de comer, ir a encontrar a algún amigo, desentumirse las piernas. Gente que sacude una y otra vez la cobija, que no recibe ni un excuse me del siguiente extraño, de la siguiente fila de extraños, de la bolsa que le ha golpeado en la cabeza. Gente que oculta o no su impaciencia. Gente que sigue llegando. Gente que necesita pasar. Gente indecisa que se detiene, que mira alrededor, que evalúa las posibilidades, que no encuentra posibilidades, que es empujada, que se decide, que es interceptada por gente que oculta o no su impaciencia pero que se para e impide y defiende. Sobre un fondo de música estridente, que tampoco se detiene. Y ojalá hubiera sólo arena, pero también hay agua que se mezcla y forma incomprensiblemente una masa en los zapatos.

Y el cielo que todavía tiene luz.

Y el cielo que no obscurece.

Pero obscurece, finalmente. Justo a tiempo, tal vez. Se anuncia lo esperado con una voz de radio alla 97.7, alla estación de pop. Es la final, así es que se verá a todos los concursantes. La gente prepara sus cámaras. Mira al cielo. Espera. Y recibe. En sus pupilas. Luz. Que asciende y que cae. Que se eleva con velocidad, en diferentes direcciones, en líneas rectas o curvas, en distintos colores, en dorados, sobre todo, pero también en verdes o rojos o morados. Luz que asciende en formas inverosímiles, en espirales, en zig zag, imitando lenguas de fuego o ciertas dagas. Luz que desaparece por segundos, y después grita, y revienta, de puro júbilo, de puro gozo, de puro placer de ser luz. Y después centellea, acariciando el aire mientras desciende, dejando el aire vibrando con su felicidad.

Sobre la arena no reina el silencio, pero sí algo parecido. Una antigua fascinación por el fuego. Primigenia, tal vez, primordial. Compartida. Que instaura la posibilidad, tal vez incluso la existencia, de un lazo, fraternal. Que se extiende por todos lados, como redes, entre tanta proximidad.

Todavía no se apaga el último de los fuegos, apenas empieza a anunciarse al ganador, la gente no ha terminado de mostrar su acuerdo, de volver a aplaudir, y ya hay gente de pie, gente que bloquea la mirada de los últimos destellos, que sacude sus pantalones, que pone bolsas sobre sus hombros, zapatos en sus pies, que mira en dirección opuesta, hacia la escaleras que suben a la avenida, que quiere caminar, irse, como si huyera de algo, como si se hiciera tarde para algo. Gente que parece haber olvidado qué hacía ahí, qué hizo ahí, qué sucedió ahí, y quisera estar ya en otro lugar, aunque mañana no haya que ir a la oficina ni llevar a los niños a la escuela.

Es mejor levantarse también, y rápido: la cercanía entre los cuerpos se agudiza. La impaciencia ya no se oculta. Los pasos son diminutos, pero incesantes. El equilibrio se mantiene con dificultad. Se llega a las escaleras y casi se comprende por qué hay gente que pierde la vida debajo de los pies de otra gente que no hace sino caminar, tratar de caminar más rápido, de correr.

Ya en la calle, los ríos de gente, que se obstinan en su faena. Sería mejor detenerse. Esperar. Hacer la sobremesa. Reposar tanto misterio - que, además, permanece.


Humildemente, a los compositores sordos.



Fotografía: eyesplash Mikul
Échenle un vistazo a: Celebration of Light 2008

21.8.08

When did you come to America IV - el saborcito ése de la música

pa' don Juan Carlos Medrano, en su cumpleaños


O, quiéralo o no lo quiera:




Entrevista a Alfredo "Chocolate" Armenteros



Y Guantanamela, o, la música de nosotro' ha caminado:




Entrevista a Alfredo "Chocolate" Armenteros



Ahora sí, el saborcito ése de la música:



Cachita , por el mismo señor.



... y hasta una japonesa:


MusicPlaylistRingtones


Te traigo flores, Orquesta de la Luz, Japón

¡Abrazo cumpleañero!


PD-recomendación: Salsa Around the World, Putumayo.

9.8.08

Las Horas II - Todo lo iguana que se puede

La tierra es como el cielo. Todo es fruto
de una máquina de soledad. El viento
campea displiciente. Nada tiene
sino una enorme juventud. El tiempo
carece de estatura. Por el día
pasa la flecha de todo lo que hiere.

El lugar de las cosas sobrevive
a cada instante. De una palmera salen
altas sonrisas y el agua sonríe
la tristeza. Quieto a fondo, miro
la destrucción de mi espesura.

Y es la tierra, mi tierra, el polvo mío,
el árbol de la noche sollozada,
las puntuales blancuras de la garza,
las luces de mis ojos,
el trayecto de una mirada a otra mirada.
El cielo que vuela de mis ojos a los cielos
de unos ojos terrestres
y las nubes que desbordan el canto.

Nada vive para morir sin dar.
En todo encuentro algo de mí
y en todo vivo y muero.
Estoy todo lo iguana que se puede,
desde el principio al fin.
Hay ya un lucero.


Villahermosa, una vez de octubre de 1966.

Carlos Pellicer

8.8.08

a los que quisieran llamarse, de vez en cuando, agua
(para los que con ella se sienten en casa)


Dos días. El verano es seco, pero hubo dos días. Me despertó (todavía no sé cómo entró, ni por dónde, si todo estaba cerrado). El viento. Olía a lluvia. Pero miento. Ya antes me había despertado el sonido. Muy ligero, sútil, casi distante. Pero sonido, al fin. Después de tantas lluvias mudas.

Cuando estuvieron juntos, el olor y el sonido, pude reconocerlos como lo mismo. Como la misma, digo. Y quise salir a encontrarla. A estar en ella.

Hubo agua extendida, horizontalmente, hasta donde acaba la distancia. Mucha agua rayada, vertical. Y agua ingrávida, gris, cubriendo lo que queda debajo, separándolo de lo que ya no se ve, arriba. Agua pintando espejismos de oasis sobre el pavimento; sobre cortezas delgadas que se desprenden, que juegan a retorcerse, y sobre la madera que se asoma debajo, avergonzada y vanidosa, pintada con el color más profundo y nuevo. Agua sobre barras de metal, que se vuelven aún más obscuras, que dividen el aire. Agua sobre todo, porque todo divide.

Agua sobre bancas. Y sobre ellas, con tornillos, placas. En las placas, ausencias. Años. Principios y fin. Memorias. Halagos. Honores. Nunca el olvido, jamás el olvido. Agua también sobre las placas. Agua también sobre el olvido. Agua sobre la memoria.

Agua sobre las plumas de las gaviotas y de los cuervos y de los patos, aunque se les resbale, aunque se la sacudan. Agua sobre las hélices, sobre los metales aéreos. Debajo de los motores calientes. Sobre los barcos en descanso. Debajo de los botes en descanso. Agua sobre el cemento inconcluso, gigante, sólido y efímero (sobre las máquinas detenidas, enormes, las grúas, las poleas).

Agua sobre los botes de basura. Adentro de los botes de basura. Entre la basura. Entre las fisuras del pavimento. Agua absorbida por la tierra. Agua que rebota. Agua que escurre hacia el agua. Agua devorada por el agua. Agua que flota sobre el agua, condensada, filtrando aún más la luz - o su sombra.

Agua que sube por las orillas de los pantalones, que penetra el grosor de los zapatos, que enfría las puntas de los dedos. Agua infiltrada en los brazos y los hombros de las chamarras. Agua que burla los paraguas. Que se burla de los paraguas. Que los sacude. Agua que los seduce, que los acaricia, que se sienta en ellos. Agua que se deja caer.

Agua que lava y que ensucia. Que se mira o que se ignora. Que se alaba o que se increpa. Agua nostalgia. Agua molestia. Agua consuelo. Agua mentira. Agua verdad. Agua neblina. Agua ilusión. Agua que empieza y ya no termina. Agua que termina. Agua ritmo, agua silencio tenue.

Agua aplastada por el peso de los autos. Impulsada por la velocidad de los autos. Transportada en los cabellos, en los vidrios de los lentes o en los pañuelos mojados. Agua descansando en los techos, en las cornisas, en los escalones.

Agua aire. Sobre todo, contra los que avanzan. Agua aire contra los que permanecen quietos. Sobre sus perfiles. Alrededor de familias indecisas. Afuera de los establecimientos secos.

En la luz que se asomaba entre las persianas (y que yo imaginaba del color propicio), augurio de lluvia. De una lluvia plena de sonido, como música hecha por un instrumento.

1.8.08

When did you come to America III - Chocolate




MusicPlaylist



Imagen: Servicio de chocolate, Luis Eugenio Menéndez Bodefón, siglo XVIII
Música: Chocolate, Los Parientes de Playa Vicente