Ayer mi hermano me llamó para que me asomara a la ventana - ya era bien de noche, y la luz del alumbrado público dejaba ver trozos blancos cayendo, como si un montón de personas estuvieran sacudiendo bolsas repletas de algún material plástico, muy delgado, hecho pedacitos, todos de distintos tamaños, pero casi todos bastante grandes - no sé por qué los copos de nieve acá son enormes.
Es bonito ver nevar. Sí, me dijo mi hermano. Everything's so still - recuerdo que alguien lo describió así. Y sí, no es como la lluvia, que casi siempre suena contra lo que cae, y que moja y entonces la luz juega a reflejarse, y hay una especie de movimiento, como una vibración imperceptible en el aire. La nieve se sienta, se acuesta encima de sí misma y encima de todo lo que queda debajo, y hay una inmovilidad suave, que no ahoga, sino que es más bien como una colcha ligera y esponjosa, como un abrazo extendido en todas direcciones, silencioso.
Los copos de nieve cayendo me recordaron los petálos de las flores de cerezo, que caen muy graciosamente cuando hace aire, y pintan apenas, con una variación rosa del blanco - como muchas pinceladas caídas que no acaban de cubrir el pasto o la banqueta. El otro día los estaba viendo desde la ventana - un hombre les sacaba fotos, y yo deseé tener tiempo para pintarlos. Pero luego pensé en que las flores son efímeras, y entonces me pareció un tanto absurdo cualquier intento de fijarlas. Me pareció, en cambio, que sí valía la pena pasar por el invierno y esperar la primavera sólo para verlos de nuevo, así como alguna vez pensé que valdría la pena esperar el próximo verano para volver a ver las flores de loto que crecían en un estanque en pratolino.
Es bonito ver nevar. Sí, me dijo mi hermano. Everything's so still - recuerdo que alguien lo describió así. Y sí, no es como la lluvia, que casi siempre suena contra lo que cae, y que moja y entonces la luz juega a reflejarse, y hay una especie de movimiento, como una vibración imperceptible en el aire. La nieve se sienta, se acuesta encima de sí misma y encima de todo lo que queda debajo, y hay una inmovilidad suave, que no ahoga, sino que es más bien como una colcha ligera y esponjosa, como un abrazo extendido en todas direcciones, silencioso.
Los copos de nieve cayendo me recordaron los petálos de las flores de cerezo, que caen muy graciosamente cuando hace aire, y pintan apenas, con una variación rosa del blanco - como muchas pinceladas caídas que no acaban de cubrir el pasto o la banqueta. El otro día los estaba viendo desde la ventana - un hombre les sacaba fotos, y yo deseé tener tiempo para pintarlos. Pero luego pensé en que las flores son efímeras, y entonces me pareció un tanto absurdo cualquier intento de fijarlas. Me pareció, en cambio, que sí valía la pena pasar por el invierno y esperar la primavera sólo para verlos de nuevo, así como alguna vez pensé que valdría la pena esperar el próximo verano para volver a ver las flores de loto que crecían en un estanque en pratolino.
También pensé en los poemas de Nezahualcóyotl, y en sus flores y en la vida, y en las palabras de alguien a quien quiero pero que no puedo acabar de recordar, algo sobre los brotes de la primavera, y luego las flores, y las hojas del otoño, y sobre cómo las cosas se siguen unas a otras, sin dolor ni nostalgia.
Hoy la nieve comenzó a derretirse desde que salió el sol, cerca de las siete de la mañana; el agua cayendo por los ductos de las casas se siguió escuchando casi hasta las cinco de la tarde. Sonaba como lluvia, por eso me sorprendió ver el sol cuando abrí los ojos. Me gusta oír el agua caer... ¿cómo podría explicar por qué?