No sé.
La conversación había empezado mientras miraba pasar las cosas que no estaban alrededor de la pista de despegue. De repente sentí algo cerca de mi cara (creo que había estado ahí ya algún tiempo) y escuché un susurro insistente. Volteé y vi una mano sosteniendo - mas bien, ofreciendo- una envoltura verde diminuta. La tomé, un poco confundida pero agradecida, volteé un poco más la cabeza y le sonreí a la pasajera que estaba sentada a mi lado, una señora japonesa que aparentaba ser mucho más joven de lo que en realidad era (en cierto momento comparamos nuestros pasaportes para comprobarnos mutuamente nuestra edad real; ella decía que la fuente de la juventud se encontraba en el arte - ella es artista gráfica). Se llamaba Yumi .
El dulce era de té verde, lo que me emocionó sobremanera. Lo abrí, me lo comí y fingí, o quise creer con sinceridad, que sabía rico. Miré a Yumi con cara de está buenísimo, tratando de lograr el gesto de agrado más universal posible, y ella me vio con cara de no es cierto, saben feos, y dijo: es para la garganta (bueno, uno en ciertas latitudes aprende a esconder su ignorancia con gestos de amabilidad extrema para evitar ofensas interculturales innecesarias).
La envoltura del dulce me emocionó sobremanera también porque encontré un caracter reconocible: la letra japonesa para el sonido "no", que es muy bonita y una de mis favoritas; fue lo único que pude reconocer, pero fue suficiente para comenzar a entablar una conversación con Yumi sobre cosas japonesas y mexicanas.
Ella viajaba con su hermano, cuya hija se había casado con un mexicano y llevaba viviendo en México alrededor de 8 años, si no me engaña mi memoria. En Cuernavaca, para ser precisos, y era pianista de jazz. Su hermano hablaba un poquito de español, y había viajado ya muchas veces al país. Para Yumi era la primera vez, y su sobrina decía que la mejor época para viajar a nuestro/mi/este país era la Navidad.
Bueno, la verdad no me acuerdo cómo llegamos a discutir sobre calaveras y esqueletos y mexicanos. Tal vez hayamos empezado por las posadas y luego otras festividades y luego Yumi soltó la pregunta, seguramente sabiendo algunas cosas que yo no sabía (y sigo sin saber) que sabía. Creo que lo dijo por las calaveritas de día de muertos, o al menos eso me vino a la mente, todas las miles formas de representar a los muertos y celebrarlos y hasta bienvenirlos en esas fechas.
Soltó la pregunta como me la soltó una vez un señor koreano (mirándome fijamente a los ojos, con gran seriedad y hablando despacio, dejando silencios entre cada palabra, y con el dedo índice fijo sobre el mapa: ¿por qué pirámide luna lugar más importante pirámide sol?); no había ningún mapa para que Yumi posara su dedo índice determinantemente sobre él, pero estoy segura que el dedo índice de su mente se posaba claramente sobre algún punto muy concreto de su imaginario: Why Mexicans like skeletons so much?
La mera verdad, no sé.
Hace ya muchos años una amiga alemana me había preguntado lo mismo, pero, a diferencia de Yumi, que mostraba más bien una genuina curiosidad y hasta cierta fascinación, Daniela se mostraba consternada y hasta enojada, como un enojo que surgía de cierta repulsión que no sabría definir.
No sé, pero me gustaría saber. Si alguien sabe, que hable por favor. ¿Será que tendrá algo que ver con los tzompantlis, esos monumentos mexicas, calaveras puras, cuyo fin desconozco (como alguna vez lo sugirió alguien)? Seguro sí tendrá alguna raíz pre-hispánica, ¿no? ¿o no? Y sí es así, ¿de cuál? ¿Cuál habrá sido esa costumbre, esa concepción de la muerte, esa cosmovisión que permitía tal convivencia con los que ya no se cuentan entre nosotros, y que ahora la sigue posibilitando?
La conversación había empezado mientras miraba pasar las cosas que no estaban alrededor de la pista de despegue. De repente sentí algo cerca de mi cara (creo que había estado ahí ya algún tiempo) y escuché un susurro insistente. Volteé y vi una mano sosteniendo - mas bien, ofreciendo- una envoltura verde diminuta. La tomé, un poco confundida pero agradecida, volteé un poco más la cabeza y le sonreí a la pasajera que estaba sentada a mi lado, una señora japonesa que aparentaba ser mucho más joven de lo que en realidad era (en cierto momento comparamos nuestros pasaportes para comprobarnos mutuamente nuestra edad real; ella decía que la fuente de la juventud se encontraba en el arte - ella es artista gráfica). Se llamaba Yumi .
El dulce era de té verde, lo que me emocionó sobremanera. Lo abrí, me lo comí y fingí, o quise creer con sinceridad, que sabía rico. Miré a Yumi con cara de está buenísimo, tratando de lograr el gesto de agrado más universal posible, y ella me vio con cara de no es cierto, saben feos, y dijo: es para la garganta (bueno, uno en ciertas latitudes aprende a esconder su ignorancia con gestos de amabilidad extrema para evitar ofensas interculturales innecesarias).
La envoltura del dulce me emocionó sobremanera también porque encontré un caracter reconocible: la letra japonesa para el sonido "no", que es muy bonita y una de mis favoritas; fue lo único que pude reconocer, pero fue suficiente para comenzar a entablar una conversación con Yumi sobre cosas japonesas y mexicanas.
Ella viajaba con su hermano, cuya hija se había casado con un mexicano y llevaba viviendo en México alrededor de 8 años, si no me engaña mi memoria. En Cuernavaca, para ser precisos, y era pianista de jazz. Su hermano hablaba un poquito de español, y había viajado ya muchas veces al país. Para Yumi era la primera vez, y su sobrina decía que la mejor época para viajar a nuestro/mi/este país era la Navidad.
Bueno, la verdad no me acuerdo cómo llegamos a discutir sobre calaveras y esqueletos y mexicanos. Tal vez hayamos empezado por las posadas y luego otras festividades y luego Yumi soltó la pregunta, seguramente sabiendo algunas cosas que yo no sabía (y sigo sin saber) que sabía. Creo que lo dijo por las calaveritas de día de muertos, o al menos eso me vino a la mente, todas las miles formas de representar a los muertos y celebrarlos y hasta bienvenirlos en esas fechas.
Soltó la pregunta como me la soltó una vez un señor koreano (mirándome fijamente a los ojos, con gran seriedad y hablando despacio, dejando silencios entre cada palabra, y con el dedo índice fijo sobre el mapa: ¿por qué pirámide luna lugar más importante pirámide sol?); no había ningún mapa para que Yumi posara su dedo índice determinantemente sobre él, pero estoy segura que el dedo índice de su mente se posaba claramente sobre algún punto muy concreto de su imaginario: Why Mexicans like skeletons so much?
La mera verdad, no sé.
Hace ya muchos años una amiga alemana me había preguntado lo mismo, pero, a diferencia de Yumi, que mostraba más bien una genuina curiosidad y hasta cierta fascinación, Daniela se mostraba consternada y hasta enojada, como un enojo que surgía de cierta repulsión que no sabría definir.
No sé, pero me gustaría saber. Si alguien sabe, que hable por favor. ¿Será que tendrá algo que ver con los tzompantlis, esos monumentos mexicas, calaveras puras, cuyo fin desconozco (como alguna vez lo sugirió alguien)? Seguro sí tendrá alguna raíz pre-hispánica, ¿no? ¿o no? Y sí es así, ¿de cuál? ¿Cuál habrá sido esa costumbre, esa concepción de la muerte, esa cosmovisión que permitía tal convivencia con los que ya no se cuentan entre nosotros, y que ahora la sigue posibilitando?