Japón
Fui a visitar a una amiga a su casa. Tenía la dirección correcta, llegué al número correcto, y toqué el timbre. No recordaba que la reja permitiera ver hacia adentro del jardín, pero uno no siempre puede confiar en su memoria.
Fui a visitar a una amiga a su casa. Tenía la dirección correcta, llegué al número correcto, y toqué el timbre. No recordaba que la reja permitiera ver hacia adentro del jardín, pero uno no siempre puede confiar en su memoria.
Mi amiga estudió cerámica japonesa e inventó un barniz azul cuyo nombre ya se me olvidó, ha estudiado un poco de japonés, viajó a Japón hace algún tiempo, de donde me trajo un florero muy bonito, de un museo en Kyoto, y también sabe hacer arreglos florales japoneses. Y cuando sonríe, se le hacen chiquitos los ojos.
Me abrió la puerta un señor alto, vestido casi monocromáticamente con colores claros y sobrios; era de cabello corto, lacio, delgado, y de rasgos notoriamente orientales. Se me quedó viendo con sorpresa extrema por varios segundos, y yo también a él. Finalmente se acercó a la reja, mientras hablaba palabras que yo no entendía, al mismo tiempo que yo gritaba repetidamente Busco a Sheil, Sheila, ¿Aquí vive Sheila?
Nan des ka? Me dijo el señor cuando quedamos frente a frente, uno a cada lado de la reja. Yo quise contestarle algo en japonés, hubiera sido bonito, supongo, pero el poco japonés que alguna vez supe se evaporó ya de mi cerebrito, el cual por cierto también se congeló por la impresión y sólo pudo mandar el comando "Sheila, Sheila, " el cual repetí un par de veces con cierta desesperación. Aquí familia Hata-algo, me contestó. Ah, bueno, gracias. Resultó ser la calle de atrás, una especie de dimensión paralela al hogar materno de mi amiga, ambas nombradas en honor a uno u otro hermano Pinzón. Mi amiga sabía ya de la existencia de esa familia (a menudo reciben su correo y hasta uno que otro arreglito de flores), y le sorprendió que no hablaran español después de tanto tiempo de vivir en México.
La señora japonesa sí sabía español: abrió la puerta unos minutos después de que el señor ya se había metido a su casa, mientras yo hablaba con mi amiga y esperaba instrucciones sobre las coordenadas verdaderas. Me preguntó qué quería o a quién buscaba. No sé por qué, pero algo en su tono me hizo sentir un poco como una especie de terrorista suburbana, o algo así.
Fútbol
Cuando uno viaja fuera de México, se convierte en una especie de embajador del chile, de los charros, del tequila, de la fiesta, de la salsa y, en las más informadas ocasiones, también de las pirámides de Teotihuacán y de los aztecas. Sin embargo, nunca me imaginé que debía fungir también como representante del deporte más representativo del país, y estar, además, altamente versada en las artes y noticias del espectáculo del fútbol. Y, mucho menos, que tuviera que hacerlo entre un grupo de amigos de la India. Pues así fué, ellos hablaban-charlaban-gritaban con verdadera emoción y devoción del deporte en el país, conocían todos los nombres de los jugadores famosos y no famosos, el estado de sus contratos pasados, presentes y futuros, las rivalidades entre los distintos equipos, los puntajes de los más recientes partidos, y otras varias cosas más. ¡Ya me cayó el chahuiztle! pensé mientras permanecía callada, sonriendo, y esperando que no me preguntaran algo. Creo que fue mi amiga la que me preguntó si me parecía guapo no-sé-quién jugador en boga. ¡Chanfles! No, pues no me gusta el fútbol. Sé que existen el Cruz Azul y el América, y que le voy al Pumas porque alguna vez tomé clases en CU. ¡No te gusta! Repetido varias veces, por varias voces, en distintos tonos y decibeles. Pues no, y más bien, ¿cómo es que en India están tan enterados del fútbol mexicano?