Qué bonito es reencontrar, por azar, a un viejo conocido. Más bonito aún recuperarlo. Así avisté sin esperarlo un grupo de letras familiares, impresas en un papel inusualmente rugoso, grueso, y amable. Solito estaba, pero yo no dudé ni un minuto en tomarlo. Ni siquiera me fijé en el precio.
El otro fue un flechazo instantáneo: el mismo, pero varios años después (los años nos cambian). Se veía rejuvenecido, más delgado, contundente. Dejé el libro que estaba considerando comprar de golpe, sin siquiera terminar de buscar el índice, y lo tomé. Tampoco me fijé en el precio, por supuesto, y me fui derechito a la caja.
Acá los tengo junto a mí, que tanta falta me hace la poesía. Les comparto dos poemas:
Las más bellas imágenes...
Las más bellas imágenes quedan abandonadas
si tú comienzas a hablar en la noche,
en la costa,
todas las cosas balancean dudosas palabras y deseos.
El sonido de las ranas argentadas: sí, no, sí, no,
el mar que confunde la luna con las sonrisas
de los peces que mueren en la arena,
y tu placer, que eran las aves de sombra gris
sobre arena de cuerpo inmediato e invisible.
Luego el frío y, por un instante, los peces
que se mueven
y se mezclan, pastosos, sembrando alevines.
Pero no miramos todo en la única noche
que supimos que nada nos pertenece.
Ya no tocaste, de pronto, la piel del agua
para que ella, sin temblor, te reflejase en carne,
y te hablara con tus propias palabras.
Nunca escuché, bajo la brisa de la tarde,
que dijeras con palabras cercanas y ciertas
sobre cómo nuestro sueño había pasado,
pero ahora sí podíamos mirarnos
porque las escamas de los peces se nos cayeron
y ya habían muerto todos los monstruos del mar,
los peces ángel y las serpientes con cabello.
Porque hubo cosas que decían que entonces
era la noche de infancia, pero ahora es de día.
En
Euripos y otros poemas, de Francisco Fenton
Peanuts
a mí si me importan los cominos
Arturo Suárez
Si yo por algo diera un cacauate
no dudaría en pedir que me firmaran
un recibo; y el mero atrevimiento
de sacar a la venta un simple rábano
me resulta impensable por ahora,
y más cuando el valor de los cominos
lleva meses trepando en las escalas
con que yo mismo cotizo todo.
El oro en polvo es polvo antes que nada;
los diamantes, carbones, y la seda,
gusanos destilados. Lo importante
ya no es lo que me importa (si algo fuera):
tengo cinco centavos en el puño
y es obvio que no voy a derrocharlos.
En
Trece, de Luis Vicente de Aguinaga