Tardé un rato en entender lo que estaba viendo: una bella e intrincada herrería que cubría una ventana alta, y resguardaba dos jaulas, una a cada lado, con dentro pájaros de colores que ya he olvidado; en medio de ellos, pardo, libre y robusto, un pájaro citadino se asía a una de las vueltas del diseño; estaba ahí como contando historias, como haciendo compañía, como compartiendo tiempo; estaba ahí de tal forma que hacía al espectador saberlo humilde, como si quisiera no presumirse con la comparación, sino cultivar la amistad.
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