"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


25.8.15

Through the looking glass VI - Su propia imagen


No hubiera podido decir si había pasado mucho tiempo o poco, cuando la Hija de la Luna le tapó los ojos con la mano.

- ¿Por qué me has hecho esperar tanto? - oyó que le preguntaba -. ¿Por qué me has obligado a ir al Viejo de la Montaña Errante? ¿Por qué no viniste cuando te llamé?

Bastián tragó saliva.

- Porque... - pudo decir abochornado -, creí que... por muchas razones, también por miedo... Pero en realidad me daba vergüenza, Hija de la Luna.

Ella le retiró la mano y lo miró soprendida.

- ¿Vergüenza? ¿De qué?

- Bueno - titubeó Bastián-, sin duda esperabas a alguien digno de ti.

- ¿Y tu? - preguntó ella-. ¿No eres digno de mí?

- Quiero decir - tartamudeó Bastián, notando que enrojecía-, quiero decir alguien valiente y fuerte y bien parecido... un príncipe o algo así... En cualquier caso, no alguien como yo.

Había bajado la vista y oyó cómo ella se reía de nuevo de aquella forma suave y cantarina.

- Ya ves- dijo él-: también ahora te ríes de mí.

Hubo un silencio muy largo, y cuando Bastián se decidió por fin a levantar los ojos, vio que ella se había inclinado hacia él, acercándosele mucho. Tenía el rostro serio.

- Quiero enseñarte algo, Bastián - dijo-. ¡Mírame a los ojos!

Bastián lo hizo, aunque el corazón le latía y se sentía un poco mareado.

Y entonces vio en el espejo de oro de los ojos de ella, al principio pequeña aún y como muy lejana, una figura que poco a poco se fue haciendo mayor y cada vez más clara. Era un chico, aproximadamente de su edad, pero delgado y de maravillosa hermosura. Tenía el porte gallardo y apuesto, y el rostro noble y varonil. Parecía un joven príncipe. Lo más hermoso del joven eran sus manos, que parecían finas y distinguidas pero, sin embargo, insólitamente vigorosas.

Pasmado y lleno de admiración, Bastián contempló aquella imagen. No se cansaba de mirarla. Estaba a punto de preguntar quién era aquel hermoso hijo de rey, cuando lo sacudió como un rayo la idea de que era él mismo.

¡Era su propia imagen, reflejada en los ojos dorados de la Hija de la Luna!


Fragmento de La historia interminable, de Michael Ende.


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