No recuerdo exactamente cómo empezó la conversación. Resultó que el taxista y yo ambos nos hospedábamos temporalmente en el mismo municipio, pero estábamos a kilómetros de distancia de tal sitio, cerca del centro de la ciudad. Me regresé porque mi mamá está enferma. Pero allá tengo una novia. Me habla todos los días. Me dice que ya me regrese. Que ella me paga. ¿Pero tú sí tienes visa, no? No, está tranquilo, ya me crucé dos veces. Ellos ya saben cómo. Cobran como cuatro mil dólares. Pero a mí me van a cobrar dos mil. Allá era jardinero.
Otro había regresado también porque su mamá estaba enferma. Él era mucho mayor. Tenía hijos graduados de la universidad. A todos les había ayudado con sus estudios. Le había puesto una casa a su esposa. Quería regresar. Yo le digo a mi hija que se regrese conmigo, que allá va a ganar mejor, le pregunto, cuánto ganas aquí m´hija, como dos mil pesos, usté cree, yo le digo yo te pago eso allá, vente, pero ella no se quiere ir. Un día me fue a ver mi hijo. Le dí sus dólares para que se los gastara allá, para que se comprara lo que quisiera. Lo llevé a pasear en mi camioneta. Pero ellos no se quieren ir. Se le quebró la voz. Pude ver sus ojos enrojecerse por el retrovisor. El taxista se los limpió. Allá se vive mucha soledad. Hay algunos que se van a la carretera, y corren echos la madre, no aguantan. Otros se tiran de edificios altos. Uno que se enteró que su mujer lo engañaba. Allá era constructor.
El tercero tenía una hija. La había visto una vez en todos esos años. Él quería que regresara. Trataba de convencerla. Ella nos dice que nos vayamos para allá, pero nosotros no nos queremos ir. Le decimos que regrese, que ya estamos grandes, pero no quiere venirse para acá. Era mucho mayor que los otros dos. A él también se le rompió la voz. Y le corrieron lágrimas que también vi por el retrovisor. Y algún sollozo que escuché desde el asiento de atrás.
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