"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


15.7.15

Las Horas X - El bosque de relojes


El maestro Hora volvió a sonreír.

- No, querida niña. Yo sólo soy el administrador. Mi obligación es dar a cada hombre el tiempo que le está destinado.

- ¿No podrías organizarlo de tal manera -preguntó Momo-, que los ladrones de tiempo no pudieran robar más a los hombres?

- No, eso no puedo hacerlo -contestó el maestro Hora-, porque lo que los hombres hacen con su tiempo, tienen que decidirlo ellos mismos. También son ellos quienes han de defenderlo. Yo sólo puedo adjudicárselo.

Momo recorrió con la mirada la sala y preguntó:

- Para eso tienes tantos relojes, ¿no? ¿Uno para cada hombre?

- No, Momo -contestó el maestro Hora-. Esos relojes no son más que una afición mía. Sólo son reproducciones muy imperfectas de algo que todo hombre lleva en su pecho. Porque al igual que tienen ojos para ver la luz, oídos para oír los sonidos, tienen un corazón para percibir, con él, el tiempo. Y todo el tiempo que no se percibe con el corazón está tan perdido como los colores del arcoiris para un ciego o el canto de un pájaro para un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.

- ¿Y si un día mi corazón dejara de latir? -preguntó Momo.

- Entonces -replicó el maestro Hora-, el tiempo se habrá acabado para ti, mi niña. También se podría decir que eres tú quien vuelve a través del tiempo, a través de todos tus días y noches, tus meses y años. Regresas a través de tu vida hasta llegar al gran portal de plata por el que una vez entraste. Por allí vuelves a salir.

- Y, ¿qué hay del otro lado?

- Entonces has llegado al lugar de donde procede la música que, muy bajito, ya has oído alguna vez. Pero entonces tú formas parte de ella, eres un sonido dentro de ella.

Miró, inquisitivo, a Momo.

- Pero eso no podrás entenderlo todavía, ¿verdad?

- Sí -contestó Momo-, creo que sí.

Recordó su camino a través de la calle de Jamás, en la que lo había vivido todo al revés, y preguntó:

- ¿Eres tú la muerte?

El maestro Hora sonrió y calló un rato antes de contestar:

- Si los hombres supiesen lo que es la muerte, ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida.

- No hace falta más que decírselo - propuso Momo.

-¿Tu crees? -preguntó el maestro Hora-. Yo se los digo con cada hora que les adjudico. Pero creo que no quieren escucharlo. Prefieren creer a aquellos que les dan miedo. Eso también es un enigma.


Fragmento de Momo, de Michael Ende. 


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