No sé ya hace cuánto tiempo, supongo que casi exactamente una semana, fui a tomarme un tecito a uno de los tantos starbucks que pululan por la ciudad, claro que no todos son iguales y este es mi favorito, por varias razones con las que no me entretendré por ahora. Estaba escuchando música y dibujando, asilada del resto del mundo, cuando ví que una señora entró y se fue derechito a platicar con un par de individuos que estaban estudiando español (me parece) justo atrás de mí.
Como se me hizo muy abrupto, volteé a ver qué estaba pasando, nada, alguien que esperan, supongo, pero no había acabado de darme la vuelta cuando la señora ya estaba parada junto a mí, y ahora sí pude verla bien. Me pidió que le comprara un café, pero como tenía un reguerito de cosas a mi alrededor, tal operación me pareció sumamente complicada, y tuve que contentarme con darle el dinero para que ella lo comprara. Le dí dos dólares y le pregunté si era suficiente - necesito al menos tres, me respondió. Me agarró una risa, o, más bien, una sonrisa, entre complaciente e irónica, y le dí otros cuatro cuartos (casi todo el cambio que había estado guardando para sacar copias en la biblioteca).
La señora me preguntó que si podía sentarse conmigo; yo francamente no tenía ganas
de engancharme en tan extraña situación, y musité algo como tengo que trabajar, trabajar? en qué estás trabajando?, movió mi chamarra del otro sillón, se sentó y empezó a platicarme que había empezado a tomar cuando era chica, con su familia, la cual acostumbraba tomar un vaso de vino diario, que vivía en East Hastings, no en una casa sino en la calle, que había tenido un amante que la proveía con lo necesario, pero que ahora ya estaba muy viejo, como setenta años, que iba a las sesiones de alcohólicos anónimos, que su padre se llama William (lo recuerdo porque mi papá se llama Guillermo, aunque no tuve oportunidad de contárselo, no quería interrumpirla), que su hermana tiene una casa en el Cariboo, y ella... bueno, me, I'm just a drifter.
Lo último que me preguntó, creo, fue si tenía una tarjeta de débito, a lo cual respondí inmediatamente que no, (abriendo los ojos grandes, estoy segura) y que si podía comprarle una cajetilla de cigarros, a lo que contesté que nunca me venden sin mi pasaporte y que no lo traía (como si alguna vez hubiera intentado comprar cigarros aquí o en cualquier otro lugar).
Me dijo que tenía que ir al baño, se levantó y me estiro la mano, la cual no pude rehusar, sobre todo cuando casi nunca recibo tales muestras de afecto, complicidad o al menos de algún vago sentimiento de comunión por estas tierras- digo, de frente a su escasez se aprecia más su intención.
No sé cómo habrá sido vista tal conversación por las otras personas que tomaban café, pero el individuo de la mesa de atrás dejó de coquetearme por completo. Poco después la señora pasó detrás del sillón hacia la puerta; no ví si llevaba algún café en la mano, pero supongo que habrá preferido comprar cualquier otra cosa con el dinero, lo cual no deja de hacerme sentir un tanto culpable por mi ingenuidad.
Ya en la parada de autobús, para regresar a casa, un hombre me clavo los ojos y me pidió que le coperara para su boleto de regreso - que no sabía que ese día iba a trabajar hasta el centro; saqué los últimos setenta y cinco centavos que traía, y se los dí - es cierto, las tarifas del camión acá son muy altas.
Como se me hizo muy abrupto, volteé a ver qué estaba pasando, nada, alguien que esperan, supongo, pero no había acabado de darme la vuelta cuando la señora ya estaba parada junto a mí, y ahora sí pude verla bien. Me pidió que le comprara un café, pero como tenía un reguerito de cosas a mi alrededor, tal operación me pareció sumamente complicada, y tuve que contentarme con darle el dinero para que ella lo comprara. Le dí dos dólares y le pregunté si era suficiente - necesito al menos tres, me respondió. Me agarró una risa, o, más bien, una sonrisa, entre complaciente e irónica, y le dí otros cuatro cuartos (casi todo el cambio que había estado guardando para sacar copias en la biblioteca).
La señora me preguntó que si podía sentarse conmigo; yo francamente no tenía ganas
de engancharme en tan extraña situación, y musité algo como tengo que trabajar, trabajar? en qué estás trabajando?, movió mi chamarra del otro sillón, se sentó y empezó a platicarme que había empezado a tomar cuando era chica, con su familia, la cual acostumbraba tomar un vaso de vino diario, que vivía en East Hastings, no en una casa sino en la calle, que había tenido un amante que la proveía con lo necesario, pero que ahora ya estaba muy viejo, como setenta años, que iba a las sesiones de alcohólicos anónimos, que su padre se llama William (lo recuerdo porque mi papá se llama Guillermo, aunque no tuve oportunidad de contárselo, no quería interrumpirla), que su hermana tiene una casa en el Cariboo, y ella... bueno, me, I'm just a drifter.
Lo último que me preguntó, creo, fue si tenía una tarjeta de débito, a lo cual respondí inmediatamente que no, (abriendo los ojos grandes, estoy segura) y que si podía comprarle una cajetilla de cigarros, a lo que contesté que nunca me venden sin mi pasaporte y que no lo traía (como si alguna vez hubiera intentado comprar cigarros aquí o en cualquier otro lugar).
Me dijo que tenía que ir al baño, se levantó y me estiro la mano, la cual no pude rehusar, sobre todo cuando casi nunca recibo tales muestras de afecto, complicidad o al menos de algún vago sentimiento de comunión por estas tierras- digo, de frente a su escasez se aprecia más su intención.
No sé cómo habrá sido vista tal conversación por las otras personas que tomaban café, pero el individuo de la mesa de atrás dejó de coquetearme por completo. Poco después la señora pasó detrás del sillón hacia la puerta; no ví si llevaba algún café en la mano, pero supongo que habrá preferido comprar cualquier otra cosa con el dinero, lo cual no deja de hacerme sentir un tanto culpable por mi ingenuidad.
Ya en la parada de autobús, para regresar a casa, un hombre me clavo los ojos y me pidió que le coperara para su boleto de regreso - que no sabía que ese día iba a trabajar hasta el centro; saqué los últimos setenta y cinco centavos que traía, y se los dí - es cierto, las tarifas del camión acá son muy altas.
3 comentarios:
Están bien chipotles estos últimos posts (iba a concluir después de escribir posts "que pusiste"... pero me pareció una cacofonía reiterativa regionalista demasiado posmoderna, asi que mejor no lo "puse").
Ojalá nos regales más seguido relatos como estos... ¿y no te sobrará una monedita para un cigarro suelto por ahi?
ja!
jajaja, ovus est, como diría nuestro querídismo e ilustre don profesor Ferdinandus Nietus, (algo de neoclasicismo e iluminismo destemplados para contrarrestar tanta posmodernidad, si es que es cierto que es tanta o es más bien que se habla demasiado de ella).
Qué chido que te gustaron, a ver que te parece la entrada pocha que acabo de poner... algunas cosas se dicen mejor en unos idiomas que en otros, I find. (ja!)
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