"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


27.8.08

Fireworks




Durante el día la luz es blanda. Dispersa. Se sostiene en el aire. Flota, tal vez, menos cuando se recarga sobre el brazo de un sillón, sobre la esquina baja de alguna puerta, sobre la orilla de una enredadera; o cuando la sostiene alguna sombra. Pero en la noche es casi concreta. Casi sólida. Como los brazos de una fogata, por ejemplo. O la lumbre de un cigarro. O una estrella.

Cada año, en Vancouver, se organiza un concurso internacional de fuegos artificiales. Este año concursaron China, Canadá y Estados Unidos. Los fuegos se lanzan desde una plataforma en el mar, en English Bay. Muchas personas, quizás cientos, empiezan a llegar desde la tarde para encontrar y apartar un buen lugar. Permanecen ahí varias horas, esperando a que obscurezca lo suficiente, como a eso de las diez o diez y media.

Demasiadas personas, que ocultan su impaciencia, o no. Que empiezan a pasar sobre las cobijas de otras personas, llenándolas de arena, porque ya no hay más arena sobre la cual caminar. Gente que oculta, o no, su impaciencia. Gente que necesita ir al baño, ir a comprar algo de comer, ir a encontrar a algún amigo, desentumirse las piernas. Gente que sacude una y otra vez la cobija, que no recibe ni un excuse me del siguiente extraño, de la siguiente fila de extraños, de la bolsa que le ha golpeado en la cabeza. Gente que oculta o no su impaciencia. Gente que sigue llegando. Gente que necesita pasar. Gente indecisa que se detiene, que mira alrededor, que evalúa las posibilidades, que no encuentra posibilidades, que es empujada, que se decide, que es interceptada por gente que oculta o no su impaciencia pero que se para e impide y defiende. Sobre un fondo de música estridente, que tampoco se detiene. Y ojalá hubiera sólo arena, pero también hay agua que se mezcla y forma incomprensiblemente una masa en los zapatos.

Y el cielo que todavía tiene luz.

Y el cielo que no obscurece.

Pero obscurece, finalmente. Justo a tiempo, tal vez. Se anuncia lo esperado con una voz de radio alla 97.7, alla estación de pop. Es la final, así es que se verá a todos los concursantes. La gente prepara sus cámaras. Mira al cielo. Espera. Y recibe. En sus pupilas. Luz. Que asciende y que cae. Que se eleva con velocidad, en diferentes direcciones, en líneas rectas o curvas, en distintos colores, en dorados, sobre todo, pero también en verdes o rojos o morados. Luz que asciende en formas inverosímiles, en espirales, en zig zag, imitando lenguas de fuego o ciertas dagas. Luz que desaparece por segundos, y después grita, y revienta, de puro júbilo, de puro gozo, de puro placer de ser luz. Y después centellea, acariciando el aire mientras desciende, dejando el aire vibrando con su felicidad.

Sobre la arena no reina el silencio, pero sí algo parecido. Una antigua fascinación por el fuego. Primigenia, tal vez, primordial. Compartida. Que instaura la posibilidad, tal vez incluso la existencia, de un lazo, fraternal. Que se extiende por todos lados, como redes, entre tanta proximidad.

Todavía no se apaga el último de los fuegos, apenas empieza a anunciarse al ganador, la gente no ha terminado de mostrar su acuerdo, de volver a aplaudir, y ya hay gente de pie, gente que bloquea la mirada de los últimos destellos, que sacude sus pantalones, que pone bolsas sobre sus hombros, zapatos en sus pies, que mira en dirección opuesta, hacia la escaleras que suben a la avenida, que quiere caminar, irse, como si huyera de algo, como si se hiciera tarde para algo. Gente que parece haber olvidado qué hacía ahí, qué hizo ahí, qué sucedió ahí, y quisera estar ya en otro lugar, aunque mañana no haya que ir a la oficina ni llevar a los niños a la escuela.

Es mejor levantarse también, y rápido: la cercanía entre los cuerpos se agudiza. La impaciencia ya no se oculta. Los pasos son diminutos, pero incesantes. El equilibrio se mantiene con dificultad. Se llega a las escaleras y casi se comprende por qué hay gente que pierde la vida debajo de los pies de otra gente que no hace sino caminar, tratar de caminar más rápido, de correr.

Ya en la calle, los ríos de gente, que se obstinan en su faena. Sería mejor detenerse. Esperar. Hacer la sobremesa. Reposar tanto misterio - que, además, permanece.


Humildemente, a los compositores sordos.



Fotografía: eyesplash Mikul
Échenle un vistazo a: Celebration of Light 2008

21.8.08

When did you come to America IV - el saborcito ése de la música

pa' don Juan Carlos Medrano, en su cumpleaños


O, quiéralo o no lo quiera:




Entrevista a Alfredo "Chocolate" Armenteros



Y Guantanamela, o, la música de nosotro' ha caminado:




Entrevista a Alfredo "Chocolate" Armenteros



Ahora sí, el saborcito ése de la música:



Cachita , por el mismo señor.



... y hasta una japonesa:


MusicPlaylistRingtones


Te traigo flores, Orquesta de la Luz, Japón

¡Abrazo cumpleañero!


PD-recomendación: Salsa Around the World, Putumayo.

9.8.08

Las Horas II - Todo lo iguana que se puede

La tierra es como el cielo. Todo es fruto
de una máquina de soledad. El viento
campea displiciente. Nada tiene
sino una enorme juventud. El tiempo
carece de estatura. Por el día
pasa la flecha de todo lo que hiere.

El lugar de las cosas sobrevive
a cada instante. De una palmera salen
altas sonrisas y el agua sonríe
la tristeza. Quieto a fondo, miro
la destrucción de mi espesura.

Y es la tierra, mi tierra, el polvo mío,
el árbol de la noche sollozada,
las puntuales blancuras de la garza,
las luces de mis ojos,
el trayecto de una mirada a otra mirada.
El cielo que vuela de mis ojos a los cielos
de unos ojos terrestres
y las nubes que desbordan el canto.

Nada vive para morir sin dar.
En todo encuentro algo de mí
y en todo vivo y muero.
Estoy todo lo iguana que se puede,
desde el principio al fin.
Hay ya un lucero.


Villahermosa, una vez de octubre de 1966.

Carlos Pellicer

8.8.08

a los que quisieran llamarse, de vez en cuando, agua
(para los que con ella se sienten en casa)


Dos días. El verano es seco, pero hubo dos días. Me despertó (todavía no sé cómo entró, ni por dónde, si todo estaba cerrado). El viento. Olía a lluvia. Pero miento. Ya antes me había despertado el sonido. Muy ligero, sútil, casi distante. Pero sonido, al fin. Después de tantas lluvias mudas.

Cuando estuvieron juntos, el olor y el sonido, pude reconocerlos como lo mismo. Como la misma, digo. Y quise salir a encontrarla. A estar en ella.

Hubo agua extendida, horizontalmente, hasta donde acaba la distancia. Mucha agua rayada, vertical. Y agua ingrávida, gris, cubriendo lo que queda debajo, separándolo de lo que ya no se ve, arriba. Agua pintando espejismos de oasis sobre el pavimento; sobre cortezas delgadas que se desprenden, que juegan a retorcerse, y sobre la madera que se asoma debajo, avergonzada y vanidosa, pintada con el color más profundo y nuevo. Agua sobre barras de metal, que se vuelven aún más obscuras, que dividen el aire. Agua sobre todo, porque todo divide.

Agua sobre bancas. Y sobre ellas, con tornillos, placas. En las placas, ausencias. Años. Principios y fin. Memorias. Halagos. Honores. Nunca el olvido, jamás el olvido. Agua también sobre las placas. Agua también sobre el olvido. Agua sobre la memoria.

Agua sobre las plumas de las gaviotas y de los cuervos y de los patos, aunque se les resbale, aunque se la sacudan. Agua sobre las hélices, sobre los metales aéreos. Debajo de los motores calientes. Sobre los barcos en descanso. Debajo de los botes en descanso. Agua sobre el cemento inconcluso, gigante, sólido y efímero (sobre las máquinas detenidas, enormes, las grúas, las poleas).

Agua sobre los botes de basura. Adentro de los botes de basura. Entre la basura. Entre las fisuras del pavimento. Agua absorbida por la tierra. Agua que rebota. Agua que escurre hacia el agua. Agua devorada por el agua. Agua que flota sobre el agua, condensada, filtrando aún más la luz - o su sombra.

Agua que sube por las orillas de los pantalones, que penetra el grosor de los zapatos, que enfría las puntas de los dedos. Agua infiltrada en los brazos y los hombros de las chamarras. Agua que burla los paraguas. Que se burla de los paraguas. Que los sacude. Agua que los seduce, que los acaricia, que se sienta en ellos. Agua que se deja caer.

Agua que lava y que ensucia. Que se mira o que se ignora. Que se alaba o que se increpa. Agua nostalgia. Agua molestia. Agua consuelo. Agua mentira. Agua verdad. Agua neblina. Agua ilusión. Agua que empieza y ya no termina. Agua que termina. Agua ritmo, agua silencio tenue.

Agua aplastada por el peso de los autos. Impulsada por la velocidad de los autos. Transportada en los cabellos, en los vidrios de los lentes o en los pañuelos mojados. Agua descansando en los techos, en las cornisas, en los escalones.

Agua aire. Sobre todo, contra los que avanzan. Agua aire contra los que permanecen quietos. Sobre sus perfiles. Alrededor de familias indecisas. Afuera de los establecimientos secos.

En la luz que se asomaba entre las persianas (y que yo imaginaba del color propicio), augurio de lluvia. De una lluvia plena de sonido, como música hecha por un instrumento.

1.8.08

When did you come to America III - Chocolate




MusicPlaylist



Imagen: Servicio de chocolate, Luis Eugenio Menéndez Bodefón, siglo XVIII
Música: Chocolate, Los Parientes de Playa Vicente

27.7.08

gaviotas, 5:30

me gusta irme a dormir cuando sale el sol. No sé por qué. Tal vez sea porque hay algo como un arrullo, un murmullo de luz... Translúcida. Intrusa, un poco. Bienvenida, a medias, a través de las persianas - necias e inútiles en su empeño.

me gusta irme a dormir cuando sale el sol. No recuerdo desde cuándo. Tal vez, en realidad, nunca me haya gustado dormir de noche, y lo haga ahora sólo por costumbre, por olvido, por mansedumbre. Y sí, también me gusta mirar al sol amanecer en las nubes, en el cielo, en las ventanas de las casas, a veces, o en las superficies de los árboles - sobre todo, oírlo amanecer en los pájaros. Pero cuando voy a dormir sólo me lo imagino, o lo recuerdo, o un poco de ambos.

me gusta imaginar el mundo que apenas empieza, o que aún no empieza, o que está ya ansioso de empezar, o que se resiste - y yo aquí, acabando, apenas, sonriendo, claro, disfrutando el tiempo, que he ido haciendo mío mientras la obscuridad y los focos salen sobrando; que hago mío ahora, que me duermo, sin preocuparme mucho por las buenas costumbres, la sensatez, la lógica natural o civilizatoria, la indignación o el asombro.

el despertar es otra cosa. Pero, francamente, a quién se le ocurriría pensar en eso cuando sólo está la dulzura, el triunfo mínimo, la usurpación silenciosa, insignificante, la revuelta de un infante que roba el dulce que es para él.

22.7.08

Las horas I - riddle and flower

para Jesús


Tres hermanos viven en una casa:
son de veras diferentes;
si quieres distinguirlos,
los tres se parecen.
El primero no está: ha de venir.
El segundo no está: ya se fue.
Sólo está el tercero, menor de todos;
sin él, no existirían los otros.
Aun así, el tercero sólo existe
porque en el segundo se convierte el primero.
Si quieres mirarlo
no ves más que otro de sus hermanos.
Dime pues: ¿los tres son uno?,
¿o sólo dos?, ¿o ninguno?
Si sabes cómo se llaman
reconocerás tres soberanos.
Juntos reinan en un país
que ellos son. En eso son iguales.

Casiopea, que podía ver lo que ocurriría en los próximos treinta minutos, sabía que Momo resolvería el acertijo.

¿Qué son las horas? ¿Dónde residen? ¿A dónde van? ¿De dónde han venido? ¿Existen? Momo decía que, a veces, le parecía escuchar una música, cuando observaba las estrellas en silencio. Una vez, en otro lugar, pudo escucharla con claridad:

Poco a poco, Momo se fue dando cuenta de que se hallaba bajo una cúpula inmensa, totalmente redonda, que le pareció tan grande como todo el firmamento. Y esa inmensa cúpula era de oro puro.

En el centro, en el punto más alto, había una abertura circular por la que caía, vertical, una columna de luz sobre un estanque igualmente circular, cuya agua negra estaba lisa e inmóvil como un espejo oscuro.

Muy poco por encima del agua titilaba en la columna de luz algo así como una estrella luminosa. Se movía con lentitud majestuosa, y Momo vio un péndulo increíble que oscilaba sobre el espejo oscuro. Flotaba y parecía carecer de peso.

Cuando el péndulo estelar se acercaba lentamente a un extremo del estanque, salía del agua, en aquel punto, un gran capullo floral. Cuanto más se acercaba el péndulo, más se abría, hasta que por fin quedaba totalmente abierto sobre las aguas.

Era una flor de belleza tal, que Momo no la había visto nunca. Parecía componerse solamente de colores luminosos. Momo nunca había sospechado que esos colores siquiera existieran. El péndulo se detuvo un momento sobre la flor y Momo se ensimismó totalmente en su visión, olvidando todo lo demás. El aroma le parecía algo que siempre había deseado sin saber de qué se trataba.

Pero entonces, muy lentarnente, el péndulo volvió a oscilar hacia el otro lado. Y mientras, muy poco a poco, se alejaba, Momo vio, consternada, que la maravillosa flor comenzaba a marchitarse. Una hoja tras otra caía y se hundía en la negra profundidad. Momo lo sentía con tal dolor como si desapareciera para siempre de ella algo totalmente irrepetible.

Cuando el péndulo hubo llegado al centro del estanque, la extraordinaria flor había desaparecido del todo. Pero al mismo tiempo comenzaba a salir, al otro lado del estanque, del agua negra, otro capullo. Y mientras el péndulo se acercaba lentamente a él, Momo vio que el capullo que comenzaba a abrirse era mucho más hermoso todavía. La niña dio la vuelta al estanque para verlo de cerca.

Después de observar, con algo que tal vez haya sido muy similar al amor, varios capullos más abrirse y marchitarse, Momo comenzó a escuchar:

... los sonidos se volvían más y más claros y brillantes. Momo intuyó que era esa luz sonora la que hacía nacer de las profundidades del agua negra cada una de las flores de forma cada vez diferente, única e irrepetible.

Cuanto más escuchaba, más claramente podía distinguir voces singulares. Pero no eran voces humanas, sino que sonaba como si cantaran el oro, la plata y todos los demás metales. Y entonces aparecieron como en segundo término voces de índole totalmente diferente, voces de lejanías impensables y de potencia indescriptible. Se hacían cada vez más claras, de modo que Momo iba entendiendo poco a poco las palabras, palabras de una lengua que nunca había oído y que, no obstante, entendía. Eran el sol y la luna y todos los planetas y las estrellas que revelaban sus propios nombres, los verdaderos. Y en esos nombres estaba decidido lo que hacen y cómo colaboran todos para hacer nacer y marchitarse cada una de esas flores horarias.

Y, de pronto, Momo comprendió que todas esas palabras iban dirigidas a ella. Todo el mundo, hasta las más lejanas estrellas, estaba dirigido a ella como una sola cara de tamaño impensable que la miraba y le hablaba.

Y le sobrevino algo más grande que el miedo.

El profesor Hora le explicó, después, que el lugar al que la había llevado era su propio corazón, y que cada corazón era un lugar similar. Cada flor, una hora. Única, ciertamente, e irrepetible, pero, sobre todo, bella - las flores eran (son, tal vez) inefable belleza creada por algo así como la música de las esferas.

Life holds one great but quite commonplace mystery. Though shared by each of us
and known to all, seldom rates a second thought. That mystery, which most of us
take for granted and never think twice about, is time.

Calendars and clocks exist to measure time, but that signifies little because we all know that an hour can seem as eternity or pass in a flash, according to how we spend it.

Time is life itself, and life resides in the human heart.



Fragmentos: Momo, de Michael Ende.

Ilustración: Momo y Casiopea, por Dagmar Meinders

17.7.08

When did you come to America II - To be or not to be: Spanish, Mexican, Latin

para Chris, también


Without hesitation, the strangest, the single most irrelevant question anyone has ever asked me: What color are you? Válgame el señor. Así, cruzando la calle, con un movimiento que denotaba cierta indignación, cierto extrañamiento ante el hecho, seguramente frunciendo el ceño, como si yo fuera responsable o culpable de algo, como si yo debiera responder a alguna falla en la clasificación, o, más bien, como si yo fuera la falla, como si hubiera cometido alguna especie de pecado al no caber del todo en ninguna de las cajas. Y no es que no quiera a J. (ni tampoco que ella tampoco me quiera, pues), pero preferiría que usara la palabra nada más para decirme qué bien combinan mis zapatos con mi blusa, o que cómo me atreví a salir con esas calcetas, o para hablar de sus pinturas.

Her girlfriend was from Mexico, but she was white! Ajá, sí (el adjetivo, además). I didn't know there were white people in Mexico! Otro. You know the Beatles? Hija mía, pues en qué planeta vivo. I didn't know Mexicans knew the Beatles! Sorprendidísima mi amiga porque me puse a cantar Yellow Submarine junto con una de esas maquinitas que tienen algunos joyeritos, de esos que cuando uno los abre suenan (éstas estaban bien chipocles, como diría un ex-colega, había que darle vuelta a una mini manijita para ponerlas a funcionar, uy, y también tenían Here Comes the Sun, y otras varias que ya no recuerdo).

Otro día estaba platicando con dos amiguitas, una de ellas la misma del incidente bitle, a la cual de repente volteé a ver para sorprenderme con su mirada fija, incrédula, sorprendida, un tanto asustada: It's like two different countries. Ella ha vivido mucho tiempo en Chicago, y enseñó en una comunidad compuesta mayormente de imigrantes mexicanos. Antes de que lo dijera, yo, lo juro, estaba a punto de preguntarle ( o más bien, de afirmarle): It's like two different countries, eh?

Bueno, y ya ni qué decir de que no sepa bailar salsa, y menos de que no tenga la más pájara idea de fútbol más allá de los nombres de Pelé, Maradonna, y, claro, Hugo Sánchez (mis amiguitos de la India lo saben todo, son grandes apasionados del fútbol latinoamericano, y me bombardearon con preguntas que jamás podría responder).

Sin embargo, el descubrimiento más terrible, más doloroso, vino después de ir a ver No Country for Old Men con Rydra. Si la han visto, recordarán que salen un montón de narcos mexicanos en unos trockonones con unas llantotas y unas lucesotas, y otros de intenciones cuestionables, y ya, ni uno decente. Cuando acabó la película y prendieron las luces, Rydra y yo nos volteamos a ver. Ella estaba inclinada hacia adelante, con los brazos estirados hacia el piso, la cabeza un poco ladeada, y me dijo: I'm sorry - por tanto mexican (nótese la falta de mayúscula que en inglés es falta ortográfica, mía), como si ella tuviera cierta responsabilidad, supongo, por el tono con que se repite tantas veces la palabra (tal vez cumpliendo alguna función de embajadora). Pero ahí fue cuándo me cayó el veinte. De lo que significa la palabra. Aquí. Ahora, de verdad, no puedo ni siquiera pensar en la palabra mexican sin sentir que estoy diciendo una mala palabra, incluso cuando la uso para referirme a mí misma, incluso cuando digo, I am Mexican.

Ser Spanish. Eso es algo así como ser English por hablar inglés. Siguiendo tal lógica, los australianos y los canadienses, por ejemplo, serían ingleses. Y bueno, regresando al punto, dentro de la clasificación primera caben también los brazileños, por alguna razón que aún desconozco (a veces no es tan bueno contrariar a la gente, meterlos en camisa de once varas, moverles el tapete). Ésta es la más popular, y la decente. Mi amigo José Luis y yo el otro día nos pusimos a curiosear un libro que se llamaba algo así como Guía de cómo ser racista, en inglés el título, no me acuerdo bien; ahí nos tenían denominados bajo la categoría Hispanics. Yo supongo que algo así querrán decir.

Y bueno, Latin a nadie se la he escuchado. De repento la suelto por ahí para ver qué pasa. Silencios, la mayoría de las veces. Pero no, miento. Hace dos o tres días se la escuché a una profesora, holandesa, que la dijo muy naturalmente, si se me permite el término - se oyó bonito, bien, pues, normal.

Recuerdo que una señora hizo lo imposible por encontrar una palabra para referirse a mí, sin lograrlo: Are you working at the CAG? No. Oh, they told me someone.... someone... la mirada se dirigía insistente hacia mí, demandando no sé qué, luego hacia abajo, someone... luego hacia un lado, someone...; yo, he de confesar, nada más estaba esperando a ver qué palabra iba a soltar finalmente... con curiosidad, claro - pero no me dió el gusto, me harté pues, la diversión llegó a su fin y le dije, cándida: Someone from Latin America? Bueno, ahí sí me sentí como que misionero salvador de almas o algo por el estilo, por que la señora me miro con tanto alivio, con tanto agradecimiento, mientras decía Yes! y señalaba con la mano algún punto detrás de mí, a mi derecha (yo, claro, sonreía).

Hace unos días la misma señora me hizo un favor inesperado, de esos que toman algún tiempo e interés. La abracé con genuino agradecimiento; she hugged me back.

3.7.08

colores que no están

Me gusta ver las flores flotar en el agua. Justamente en La Sra. Dalloway (la novela de Virgina Woolf) uno de los personajes, Sally, es calificada de salvaje por una tía, por cortarle la cabeza a las rosas y ponerlas a flotar en recipientes con agua. La verdad es que así duran más. El otro día, podando una violeta africana (de un color muy fuerte, muy profundo, púrpura, cada flor como pequeñas noches cerca del atardecer) corté, sin querer, dos. Las puse en un pequeño bowl de vidrio, transparente, en un lugar donde da mucho sol. Hoy que me asomé a verlas una de ellas estaba blanca, como si el color se hubiera evaporado; prácticamente transparente, como si el color del agua estuviera decidido a poseerla.

En la tarde, caminando y viendo hacia abajo, vi unas frutitas rojas en el pasto. Recordé que mi amiga Bárbara me había dicho que los cerezos acá no daban cerezas, pero éste, que se asomaba por encima del muro, sí tenía. Tuve que interrumpir la historia que Rydra me estaba contando para mirarlo de cerca: escogí una que se viera buena, estiré la mano y la arranqué. El color era mucho más claro, rojo como pintura de kinder, y al morderla, vi que por dentro era blanca. Le dí una mirada de complicidad a Rydra, le pregunté si creería que pudieran ser venenosas, pensé que los pájaros seguramente se las comían, me la terminé y jugué con el huesito en mi boca, hasta que regresamos a la casa, cerca de las nueve de la noche.

30.6.08

Dedos de luna


Ayer recibí uno de los más bonitos regalos de cumpleaños. Justo el sábado por la noche estaba pensando en lo mucho que me hacían falta; ahora sí puedo decir, pese a todo, ¡Bendita sea la tecnología!
Mi tía trabajaba en la SEP, e igual que sus hermanas, sabía contar cuentos. Bueno, pero esto de que trabajara en la SEP viene a cuento justo porque de la biblioteca sacaba los videos de Los cuentos del espejo (alguien los recuerda? con Andrés Bustamante!), y unos maravillosos volúmenes encuadernados de una revista para niños llamada Colibrí. No sé cuándo empezó a editarse ni cuándo dejó de editarse (o si todavía se edita), pero me tomó varios meses encontrar los volúmenes: cada vez que llamaba a alguna librería de viejo, una misteriosa señora los había comprado TODOS. Finalmente los hallé en una oscura, desordenada y de largos pasillos, en Donceles, esperándome todos juntitos, los 12 tomos, con sus portadas que alguna vez fueron blancas, el colibrí carmín en el centro, y los contornos finos y dorados.

Claro, cuando salí cargando, no sé cómo, todos esos kilos de ilustraciones, crucigramas, cuentos, historias sobre la vida de los mayas, sobre animales de México, explicaciones científicas sobre por qué titilan las estrellas, sobre cuánta agua se gasta en una ciudad, o sobre cómo hacer germinados en un frasco, pequeñas animaciones y barquitos de papel que avanzan solitos en tinas de aluminio llenas de agua, tenía lagrimitas en los ojos.

Los leíamos casi siempre en casa de mi abuela, mis hermanos, mis primas y yo, todos en la sala o sobre la cama de alguna de mis tías. No sé cómo nos leyó mi tía Jani La Vendedora de Nubes que nos recuerdo a todos medio retorcidos de la risa, expulsando frases incomprensibles y cerrando los ojos o agarrándonos la panza (tal vez una serie de chistes locales) - ella hacía todas las voces, y nosotros no teníamos que hacer otra cosa que mirar las ilustraciones. Tengo muchos favoritos, pero el más, es Dedos de Luna, que, ahora me entero, fue publicado el mismo año en que nací.



También les dejo a la vendedora, aunque recomiendo ampliamente que naveguen y naveguen, y se encuentren con la pulga aventurera, con Coyolxauhqui y su viaje al Mictlán, con Nicolás, con Francisca y la muerte, con Mi vida con la ola, un cuento de Octavio Paz bellamente ilustrado, y, por favor, con la palabra descontenta - toda una rareza.



Ya para terminar, los invito a este bonito ejercicio poético:



¡Muchísimas gracias Franciscanito! De verdad - anque sueñe a comercial, ahora los podré llevar conmigo a donde quiera que vaya.

(Y también, muchas gracias a mi tía, que me legó inagotable alimento para el alma para el resto de mi vida)


Ilustración: Leonel Maciel.