"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


25.6.08

En busca del tiempo perdido VI

El tiempo es, sobre todo, paciente. Espera: a que un cuerpo entre en un cuarto, por ejemplo; a que atraviese la densidad del aire; a que los pies vayan desnudos, para recordarles la falsa frescura del piso de otra cocina; a que la presión de la temperatura en la piel imite, tal vez, la lentitud de otra tarde.

21.6.08

sobre algunas voces

Ayer iba muy sumida en lo que fuera que estaba pensando... de repente, tal vez porque el camión se detuvo (o, tal vez debería decir, porque el pasar de las cosas se detuvo), presté atención a la voz que estaba sentada detrás de mí, muy grave, muy profunda, con un tono que daba la impresión de que lo que decía era algo muy importante, o, tal vez, que su importancia había sido pasada por alto, repetidamente, porque también había algo de cansancio en ella, como si supiera de antemano que preguntarlo de nuevo no tendría sentido, que la respuesta seguiría siendo evadida - como si supiera que, sin embargo, no podía dejar de hacerla: What do you want? Algo en el tono me hizo pensar, un tanto absurda e incomprensiblemente, que el dilema debía de ser muy simple, como escoger entre un pastel y otro. Después el tiempo pasó, de nuevo, y otra vez el camión se detuvo de repente, y otra vez la voz de atrás demandó mi atención - ahora resultó extraña, porque hablaba un idioma que no entendía, y porque era mucho más aguda, veloz, menos aterciopelada y más ágil; me pregunté si sería posible que la misma voz cambiara tanto al transitar entre un idioma y otro (recuerdo que alguna vez alguien me preguntó si había notado cómo la voz de alguien más tenía distintas tendencias: cuando hablaba español era más grave, y cuando hablaba inglés era más aguda, como gangosa) - pero no, la diferencia era demasiada, seguramente la mujer que escuché primero se bajó y en su lugar se sentó alguien más; si no había visto la cara a la que pertenecía la primera voz no serviría de nada voltear para comprobar que la que ahora estaba ahí fuera la misma.

Iba a encontrarme con un amigo para ir a ver una obra de teatro - El rey Lear, de Shakespeare. En el primer acto, el rey decide dividir su reino entre sus tres hijas: la que demuestre amarlo más recibirá la porción más grande del reino (como un pastel, ja, que así es como funcionaba en la puesta en escena, de hecho). Las dos hijas más grandes dicen y dicen cosas, más que todo lo que tiene valor, más que a la libertad, etc.; que sólo el amor del padre puede traer felicidad, etc.; y la más pequeña, Cordelia, la más amada por Lear, se dice a sí misma "...I am sure, my love's / More richer than my tongue".

Su padre, en cambio, mide el amor en palabras, y en comparación con los adornos de las de sus hermanas, la sinceridad de las desnudas palabras de Cordelia le parece insultante - la deshereda y exilia de su reino. Lear should've known better... entre lo que se enuncia y lo que es puede haber distancia. (Y si es así, ¿habrá que confiar más en ciertos silencios? ¿O es que habrá que tener un oído más agudo? ¿O sopesar entre las palabras y lo que se ve, entre ellas y lo que se sabe, entre ellas y lo que se recuerda, entre ellas y lo que se intuye?)

7.6.08

When did you come to America I - América

Después de esa clase de historia, ahora, cada vez que escucho la palabra América, no puedo dejar de pensar en La invención de América, de O'Gorman. Y poco después me viene también a la mente aquello de América para los Americanos. Y aquello de llamar, irremediablemente, Americans a los estadounidenses... . Y también pienso en North America, término utilizado para no incluir al resto del continente (distinto de Norteamérica si pensamos en el tratado, por ejemplo). Y, por supuesto, en Rubén Bladés, y en aquello de América es para los Americanos. Y bueno, aquí me detengo porque tal vez debiera incluir uno que otro pie de página.

América. Amerigo, Ameriga, America. América. A un filólogo habría que preguntarle. Americus, América. O a un historiador. Por ahí encontré que el nombre es de origen germano, y significa "signore nella sua patria", ¿señor en su patria, podría decirse? ¿O señor en su propia patria? ¿O señor de su patria, o de su propia patria? Otra versión era "potente nella sua patria". Recuerdo también que, en las clases de la Miss Lupita, me intrigaba y me intrigaba por qué el continente no se llamaba más bien Colona, o algo por el estilo. Podría también preguntar, supongo, porqué no se llama Américo. La patria. Qué ambigua combinación de implicaciones masculinas y femeninas; la masculinización de la tierra (al menos para aquellas lenguas en que las cosas tienen géneros y que coinciden en que el sustantivo es femenino); la feminización de... ¿el padre? ¿un cierto orden? ¿un cierto poder? Vaya, si nos pusiéramos freudianos, o junguianos...


América. Lo repito para no desviarme. América. O para evocar algo. América. O para tratar de dilucidarlo. América. América. Queriendo imaginar el tono, tal vez, con que habría resonado la palabra en boca de Bolívar, o de Martí, o de Fray Teresa de Mier; o del propio Amerigo, incluso, o de Colón, o de Cortéz, o de algún alto gobernante inca que se rehusó a ser vencido, o de su hija, o de su nieto, o de un cacique, o de Malintzin, o de un sacerdote de Texcoco, o de Isabel la Católica, o de Sor Juana, o de Garcilaso, o de Sahagún, o de Gante, o de Carlos III de España; o de un esclavo que huyó al norte a buscar su libertad, o sí, también, en boca de Franklin o Lincoln, o de un quákero, o de un cubano, o de un irlandés, o un italiano, o un hindú; o de un japonés, o de otro japonés; o en qué tan diferente habría sido el tono en boca de un chino que cruzó el pacífico para comerciar en Acapulco del de uno que lo cruzó para construir vías del tren, o de la de un nativo que vió cómo las mismas interrumpían un ancestral camino (ya me detengo, a pesar de lo que excluyo... la lista sería interminable). Aunque pienso, también, y sin poder evitarlo, en cómo suena la Amerika de Mano Negra, o en las voces de García Lorca, de Elvis Presley, de Withman, de Vasconcelos o de Jimi Hendrix - y apenas me atrevo, sin poder evitar sentir vergüenza al saber que no sé de lo que hablo, a mencionar la de alguien que de noche cruza la frontera. Resumo: plétoras de voces, más que millones, que se multiplican en la geografía, en la historia y en el tiempo que transcurre o transcurrió para cada una.

América. La pronuncio, para descubrir cómo suena con mi voz.

to linger

Por las noches me rehúso a dormir. Por las mañanas, a despertar. Al bañarme, a salir del agua.

5.6.08

Cronopios 72 - Oh, make me a mask!

He esperado pacientemente el encuentro con un cronopio... pero nada; será que no he mirado con tanta atención, o que no ando por ahí lo suficiente - digo, no es que no haya sido testigo de la cronopez que nos habita a todos (a todos los seres normales, al menos) y que se asoma con sus guiños a veces tiernos y a veces un tanto escandalizadores... tal vez deba dedicarme a coleccionar esos.

Pero bueno, decía yo que esperaba toparme con algún cronopio total, absoluto, definitivo... alguien capaz de escapar a la realidad al mismísimo tiempo que y justo a través de la develación de sus mecanismos. Pero, lo sé, tal es un ejercicio prácticamente sobre humano, un sacrificio, sí, tal vez... y eso no se le puede pedir a nadie. En tales circunstancias, he decidido en esta ocasión recurrir a uno de los de Cortázar - a Johnny Carter, su Charly Parker.
—Bruno, si un día lo pudieras escribir... No por mí, entiendes, a mí qué me importa. Pero debe ser hermoso, yo siento que debe ser hermoso. Te estaba diciendo que cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté una vez a Jim y me dijo que todo el mundo se siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae... Dijo así, cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir asi. No creas que me olvidaba de la hipoteca o de la religión. Solamente que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mf no vas a decirme que en ese momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, y la hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar y la vieja entraba con el pelo colgándole en mechones y se quejaba dé que yo le rompía las orejas con esa-música-del-diablo.
Dédée ha traído otra taza de nescafé, pero Johnny mira tristemente su vaso vacío.
—Esto del tiempo es complicado, me agarra por todos lados. Me empiezo a dar cuenta poco a poco de que el tiempo no es como una bolsa que se rellena. Quiero decir que aunque cambie el relleno, en la bolsa no cabe más que una cantidad y se acabó. ¿Ves mi valija, Bruno? Caben dos trajes, y dos pares de zapatos. Bueno, ahora imagínate que la vacías y después vas a poner de nuevo los dos trajes y los dos pares de zapatos, y entonces te das cuenta de que solamente caben un traje y un par de zapatos. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es cuando te das cuenta de que puedes meter una tienda entera en la valija, cientos y cientos de trajes, como yo meto la música en el tiempo cuando estoy tocando, a veces. La música y lo que pienso cuando viajo en el métro.
—Cuándo viajas en el métro.
—Eh, sí, ahí está la cosa —ha dicho socorronamente Johnny—. El métro es un gran invento, Bruno. Viajando en el métro te das cuenta de todo lo que podría caber en la valija. A lo mejor no perdí el saxo en el métro, a lo mejor... Se echa a reír, tose, y Dédée lo mira inquieta. Pero él hace gestos, se ríe y tose mezclando todo, sacudiéndose debajo de la frazada como un chimpancé. Le caen lágrimas y se las bebe, siempre riendo.
—Mejor es no confundir las cosas —dice después de un rato—. Lo perdí y se acabó. Pero el métro me ha servido para darme cuenta del truco de la valija. Mira, esto de las cosas elásticas es muy raro, yo lo siento en todas partes. Todo es elástico, chico. Las cosas que pacecen duras tienen una elasticidad... Piensa, concentrándose. —...una elasticidad retardada —agrega sorprendentemente.
Yo hago un gesto de admiración aprobatoria. Bravo, Johnny. El hombre que dice que no es capaz de pensar. Vaya con Johnny. Y ahora estoy realmente interesado por lo que va a decir, y él se da cuenta y me mira más socarronamente que nunca.
—¿Tú crees que podré conseguir otro saxo para tocar pasado mañana, Bruno? —Sí, pero tendrás que tener cuidado.
—Claro, tendré que tener cuidado.
—Un contrato de un mes —explica la pobre Dédée—. Quince días en la boîte de Rémy, dos conciertos y los discos. Podríamos arreglarnos tan bien.
—Un contrato de un mes —remeda Johnny con grandes gestos—. La boîte de Rémy, dos conciertos y los discos. Be—bata—bop bop bop, chrrr. Lo que tiene es sed, una sed, una sed. Y unas ganas de fumar, de fumar. Sobre todo unas ganas de fumar.
Le ofrezco un paquete de Gauloises, aunque sé muy bien que está pensando en la droga. Ya es de noche, en el pasillo empieza un ir y venir de gente, diálogos en árabe, una canción. Dédée se ha marchado, probablemente a comprar alguna cosa para la cena. Siento la mano de Johnny en la rodilla.
—Es una buena chica, sabes. Pero me tiene harto. Hace rato que no la quiero, que no puedo sufrirla. Todavía me excita, a ratos, sabe hacer el amor como... —junta los dedos a la italiana—. Pero tengo que librarme de ella, volver a Nueva York. Sobre todo tengo que volver a Nueva York, Bruno.
—¿Para qué? Allá te estaba yendo peor que aquí. No me refiero al trabajo sino a tu vida misma. Aquí me parece que tienes más amigos.
—Si, estás tú y la marquesa, y los chicos del club... ¿Nunca hiciste el amor con la marquesa, Bruno?
—No.
—Bueno, es algo que... Pero yo te estaba hablando del métro, y no sé por qué cambiamos de tema. El métro es un gran invento, Bruno. Un día empecé a sentir algo en el métro, después me olvidé... Y entonces se repitió, dos o tres días después. Y al final me di cuenta. Es fácil de explicar, sabes, pero es fácil porque en realidad no es la verdadera explicación. La verdadera explicación sencillamente no se puede explicar. Tendrías que tomar el métro y esperar a que te ocurra, aunque me parece que eso solamente me ocurre a mí. Es un poco así, mira. ¿Pero de verdad nunca hiciste el amor con la marquesa? Le tienes que pedir que suba al taburete dorado que tiene en el rincón del dormitorio, al lado de una lámpara muy bonita, y entonces... Bah, ya está ésa de vuelta. Dédée entra con un bulto, y mira a Johnny.
—Tienes más fiebre. Ya telefoneé al doctor, va a venir a las diez. Dice que te quedes tranquilo.
—Bueno, de acuerdo, pero antes le voy a contar lo del métro a Bruno. El otro día me di bien cuenta de lo que pasaba. Me puse a pensar en mi vieja, después en Lan y los chicos, y claro, al momento me parecía que estaba caminando por mi barrio, y veía las caras de los muchachos, los de aquel tiempo. No era pensar, me parece que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. ¿Té das cuenta? Jim dice que todos somos iguales, que en general (así dice) uno no piensa por su cuenta. Pongamos que sea así, la cuestión es que yo había tomado el métro en la estación de Saint—Michel y en seguida me puse a pensar en Lan y los chicos, y a ver el barrio. Apenas me senté me puse a pensar en ellos. Pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba en el métro, y vi que al cabo de un minuto más o menos llegábamos a Odéon, y que la gente entraba y salía. Entonces seguí pensando en Lan y vi a mi vieja cuando volvía de hacer las compras, y empecé a verlos a todos, a estar con ellos de una manera hermosísima, como hacia mucho que no sentía. Los recuerdos son siempre un asco, pero esta vez me gustaba pensar en los chicos y verlos. Si me pongo a contarte todo lo que vi no lo vas a creer porque tendría para rato. Y eso que ahorraría detalles. Por ejemplo, para decirte una sola cosa, veía a Lan con un vestido verde que se ponía cuando iba al Club 33 donde yo tocaba con Hamp. Veía el vestido con unas cintas, un moño, una especie de adorno al costado y un cuello... No al mismo tiempo, sino que en realidad me estaba paseando alrededor del vestido de Lan y lo miraba despacio. Y después miré la cara de Lan y la de los chicos, y después mé acordé de Mike que vivía en la pieza de al lado, y cómo Mike me había contado la historia de unos caballos salvajes en Colorado, y él que trabajaba en un rancho y hablaba sacando pecho como los domadores de caballos...
—Johnny —ha dicho Dédée desde su rincón.
—Fíjate que solamente te cuento un pedacito de todo lo que estaba pensando y viendo. ¿Cuánto hará que te estoy contando este pedacito?
—No sé, pongamos unos dos minutos.
—Pongamos unos dos minutos —remeda Johnny—. Dos minutos y te he contado un pedacito nada más. Si te contara todo lo que les vi hacer a los chicos, y cómo Hamp tocaba Save it, pretty mamma y yo escuchaba cada nota, entiendes, cada nota, y Hamp no es de los que se cansan, y si te contara que también le oí a mi vieja una oración larguísima, donde hablaba de repollos, me parece, pedía perdón por mi viejo y por mí y decía algo de unos repollos... Bueno, si te contara en detalle todo eso, pasarían más de dos minutos, ¿eh, Bruno?
—Si realmente escuchaste y viste todo eso, pasaría un buen cuarto de hora —le he dicho, riéndome.
—Pasaría un buen cuarto de hora, eh, Bruno. Entonces me vas a decir cómo puede ser que de repente siento que el métro se para y yo me salgo de mi vieja y Lan y todo aquello, y veo que estamos en Saint-Germain-des-Prés, que queda justo a un minuto y medio de Odéon.
Nunca me preocupo demasiado por las cosas que dice Johnny pero ahora, con su manera de mirarme, he sentido frío.
—Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa —ha dicho rencorosamente Johnny—. Y también por el del métro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito ni una hojita —agrega como un chico que se excusa—. Y después me ha vuelto a suceder, ahora me empieza a suceder en todas partes. Pero —agrega astutamente— sólo en el métro me puedo dar cuenta porque viajar en el métro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando...
Se tapa la cara con las manos y tiembla. Yo quisiera haberme ido ya, y no sé cómo hacer para despedirme sin que Johnny se resienta, porque es terriblemente susceptible con sus amigos. Si sigue así le va a hacer mal, por lo menos con Dédée no va a hablar de esas cosas.
—Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia... Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio... Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana...
Sonrío lo mejor que puedo, comprendiendo vagamente que tiene razón, pero que lo que él sospecha y lo que yo presiento de su sospecha se va a borrar como siempre apenas esté en la calle y me meta en mi vida de todos los días. En ese momento estoy seguro de que Johnny dice algo que no nace solamente de que está medio loco, de que la realidad se le escapa y le deja en cambio una especie de parodia que él convierte en una esperanza. Todo lo que Johnny me dice en momentos así (y hace más de cinco años que Johnny me dice y les dice a todos cosas parecidas) no se puede escuchar prometiéndose volver a pensarlo más tarde. Apenas se está en la calle, apenas es el recuerdo y no Johnny quien repite las palabras, todo se vuelve un fantaseo de la marihuana, un manotear monótono (por que hay otros que dicen cosas parecidas, a cada rato se sabe de testimonios parecidos) y después de la maravilla nace la irritación, y a mí por lo menos me pasa que siento como si Johnny me hubiera estado tomando el pelo. Pero esto ocurre siempre al otro día, no cuando Johnny me lo está diciendo, porque entonces siento que hay algo que quiere ceder en alguna parte, una luz que busca encenderse, o más bien como si fuera necesario quebrar alguna cosa, quebrarla de arriba abajo como un tronco metiéndole una cuña y martillando hasta el final. Y Johnny ya no tiene fuerzas para martillar nada, y yo ni siquiera sé qué martillo haría falta para meter una cuña que tampoco me imagino.
He aquí otro fragmento, de su ronco pecho:
And the man himself...




Y bueno, qué más cronopez se puede pedir que al Sr. Kerouac en homenaje a Charlie?




Acá se puede leer el cuento completo... y disfrutar de una foto de otro bello cronopio.
Ya para cerrar, bienvenidas y celebradas serán generosas postulaciones .

31.5.08

una forma de ser silencio

Alguna vez tuve una plática sobre flores y jardines: yo abogaba por los últimos y alguien más por las primeras. Un jardinero cuida de su jardín: lo conoce, le procura, lo alimenta, está ahí antes de que las cosas nazcan, mientras se gestan, mientras crecen y cuando van a dormir; sabe esperar, y deja que el jardín también lo alimente, que cuide de su alma y de su espíritu. Una flor... una flor puede ser contemplada: sólo ser contemplada, desde cierta distancia, tal vez, sin necesidad de poseerla, ni de poseer la tierra ni la semilla que le han dado nacimiento; sólamente permanecer en su presencia y, sin esfuerzo, dejar que el pecho siga su impulso, que se abra - recibir la belleza que se va extendiendo adentro, como una ola suave que acaba por cubrir todo pero que no se retira, que es cálida y que en su impulso abre también una sonrisa, que termina por llevar los párpados hacia abajo.

Entonces me parecía que sólo contemplar una flor era un tanto egoísta, como sólo preocuparse por el propio placer, sin cuidar del otro. Pero tal vez ahora entiendo lo que quería decir - el sentimiento me acarició, sin que lo esperara, la otra noche al mirar un recuerdo.

24.5.08

Aretes, café

para Luza


Hoy me dieron ganas de ponerme aretes. Los dejé de usar en algún momento de la universidad, creo, y tuve que volver a hacerlo para la boda de mi hermana - fue necesario, incluso, ir a que volvieran a perforarme el lóbulo derecho, que ya se había cerrado. Después de eso los usé por algunos meses, y después dejé de usarlos otra vez, hasta estos últimos días. Hoy escogí unos de esferas de piedra verde, de un color claro y lechoso, casi translúcido, que le compré a una chava que atendía la caja en uno de los Gandhis (librería) del centro (en Madero, creo que está, no?) - me gustaron muchísimo por cómo los sostiene un alambre que también los rodea con una semiespiral. Me les quedé viendo tanto que acabó por vendérmelos, por la módica cantidad de diez pesos, y después me contó que los hacía un amigo suyo y los vendía en Balderas, de a 3 por 30 pesos.
¿Es que todas esas cosas que no pertenecen pero que se vuelven una suerte de extensión de nuestro cuerpo, y de nuestra personalidad también, tienen cierto poder sobre nosotros mismos y/o sobre otros? Pienso, sobre todo, en un documental que alguna vez vi, de alguna tribu en África donde son los hombres los que se adornan - se pintan y se visten e imitan el cortejo de cierto pájaros, y las mujeres los miran, y escogen, y en la noche puede que alguna de ellas se fugue con alguno de ellos, dejando atrás a quienes deja atrás.
Fui al museo a recoger unos libros que resultaron más grandes y pesados de lo que esperaba; a una librería a buscar una novela que no encontré; y después a leer a un café... ja. Pedí un capuccino, a pesar de la cafeína. Como siempre, los baristas de lo más amables y sonrientes. Como siempre, había más personas solas que acompañadas. Esta vez me dí a la tarea de contar a las primeras... pero después me pareció más fácil contar las que estaban con alguien más.
Concluida la tarea, me pareció pertinente concentrarme en lo propio: hojée el libro sobre historia de los manga y el otro sobre un performancero chino (prístino, con el lujo de romper el plástico y todo), garabatée un poco, y finalmente me puse a leer. Cuando quedaba relativamente poco café, tiré la taza sobre la mesa y manché el piso. Limpié un poco y seguí leyendo. Poco después volví a tomar la taza, eché la cabeza hacia atrás, entrecerré los ojos, entreabrí los labios y no encontré más café. Decidí que era hora de irme. Al llevar el vaso desechable de nuevo hacia la mesa me encontré con la mirada fija de alguien. Sonreí inconsecuentemente, dejé que mi mirada continuara su camino hacia el libro y luego hacia la bolsa, y escuché con sorpresa algo sobre The Hours y luego great book (or was it great movie he said?).
I looked up. I like how the stories are intertwined, dijo, mientras hacía algo como espolvorear canela o tratar de diluir azúcar, a cierta distancia de mi mesa. Francamente, no pensé que alguien estuviera poniendo atención a lo que estaba leyendo aunque, he de admitir, la portada es bastante llamativa, sobre todo por esa costumbre que tienen las editoriales de substituir diseños por pósters de película (cómo me choca)... y sí, siempre me da cierta vergüenza sacar el libro, tan Meryl Streep, tan Nicole Kidman y un poco menos la otra actriz que no recuerdo cómo se llama. Yes, yes, it is, I managed somehow to answer, and then, Have you read Mrs. Dalloway? Creo que no escuchó, se acercó y dijo algo así como I'm sorry? Lo repetí. No, no la había leído. Musité algo sobre los beneficios de hacerlo, sobre los personajes, etc. Y luego la pregunta: seguir conversando o no, invitarlo a sentarse o no, by the way, my name is... or not, allow one thing to lead to the next or not. I guess I'll have to look into it. Yeah... Yeah... That was sort of the end of it.
I stood up, threw the garbage away, and thought the barista should know I had spilled some coffee on the floor. Oh yeah, no problem. Recogí la bolsa con los libros, me dirigí hacia la salida y me encontré con la voz, have a good night, y con los ojos, como si quisieran decir cualquier cosa menos adiós. Decidí no voltear hacia el lugar detrás de la ventana donde lo había visto sentarse. Decidí dejar perder la oportunidad... cierto miedo que prefiere llevar el nombre de prudencia. Dí la vuelta a la esquina y me encontré, escrito en algún lugar, trying is believing, o algo así. Y después, en una vitrina, The Book of Tea. Me pregunté, mi querida Luza, si es que habrá alguna forma de identificar a los que saben dónde se toma el té, o cómo poner una mano sobre otra... pensé, sin realmente recordar, en los que no lo han sabido, o han preferido olvidarlo, o ignorarlo; no pude evitar recordar a alguno del que nunca supe si lo sabría o no.
Pensé, también, en algo más de lo que escribiste, en cómo he querido continuar esa conversación pero la he ido dejando - aquello sobre la caperucita roja, espero que no te moleste que lo cite:

Comparto tu ingenuidad, soy casi una profesional de la candidez, asumo que durante años he sido la mismísima encarnación de caperucita roja. Pero hay mañanas en las que salgo de casa pensando que ya no quiero ser así, y me repito esto ante cualquier extraño que quiere acercarse: la naturaleza del ser humano es de una desconfiabilidad que rebasa cualquier prueba. A veces me gustaría, sólo por curiosidad -y ese es vicio de caperucita-, saber qué poder tienen los pelos y los dientes de los extraños para atreverse a preguntar a qué dios le reza uno. Más práctico sería fingirse sorda, pero tampoco soy práctica. Me gusta irme por el camino largo, y cuando más doloroso se vuelve el trayecto la voz de mis tripas me recuerda que no hay razones para angustiarme, al fin que ya conozco el camino de regreso.

Tal vez el camino de ida también sea familiar, a su modo, aunque sea siempre diferente. Y el de regreso también tiene sus lobos... Digo, uno corre el peligro de tener que pernoctar en el bosque, de puro cansancio, con la caperucita o lo que sea que buenamente uno haya tenido a bien traer en la canasta.
Tal vez exista, también, la posibilidad de encontrarse con los pocos que saben dónde y cómo se toma el té, con los pocos que saben extender su mano... o no. Quién sabe lo que nos depara el azar.
Cuando voy a algún café siempre me debato entre pedir algún tipo de té negro o con especias, o alguna bebida hecha con café (me rehúso a tomar café descafeinado... no sé, es como comer hamburguesas de soya o algo por el estilo). Hoy, mientras la barista preparaba mi capuccino, vi una propaganda de unas bebidas que se prometen maravillosas, anunciándose como red capuccino, red expresso e incluso como red frapuccino... están hechas, al parecer, con un té rojo que contiene poco o nada de la dicha substancia. Creo que he encontrado la solución. I guess I'll give it a shot next time.
PS: A pesar de la coincidencia, la plática sobre Las Horas no puede decirse que haya sido realmente plática. Sigue pendiente.

6.5.08

Óyeme con los ojos

Desviándome un poco de las implicaciones que le daba Sor Juana, la frase me sirve como pretexto para hablar de algo más, algo que a menudo me ronda la cabeza y más cuando leo a Virginia Woolf. Recuerdo, sobre todo, una de las últimas escenas de The Years - estoy tentada a describirla, pero creo que el intento sería fallido... pero bueno, tal vez no haya de otra: un personaje se sienta en una silla, o tal vez en el piso, en medio de una fiesta en la que se reúne gente que no se ha visto en mucho tiempo, y también gente que se ve a menudo, personas que comparten cosas que los acercan o los acercaron unos a otros. El personaje (he olvidado su sexo o su nombre) se pregunta, o se maravilla, o se asombra o se lamenta de cómo están todos ahí, tan cercanos de nuevo, hablando, y sin embargo tan alejados; repara en como es casi imposible que pueda comunicarle a alguien más lo que siente, lo que piensa, lo que sucede dentro de él (mientras se encuentra ahí, rodeado del murmullo, del rumor fuerte y constante), que pueda encontrar la sucesión de palabras que permitan, que abran la posibilidad de cierta cercanía, cierta comunión - mientras todos hablan y hablan, o ríen, o comen o beben o caminan. Tal vez... no tengo el libro a la mano y esto es lo que recuerdo.

Pienso tambien en la compasión, y en su significado. No como piedad o como lástima, por supuesto, sino como algo que tal vez empieza con, pero que va más allá, de la simpatía; algo que requiere cierto esfuerzo, como mirar también dentro de uno mismo, por ejemplo.

Regresando a la frase de Sor Juana, está el juego de sentidos al escuchar - no necesariamente con lo oídos, ni con los ojos necesariamente a través de la escritura... oír, escuchar con los ojos, y sí, tal vez, incluso con la piel, o con el gusto o el olfato, o con un sentido interior, con la brújula que llamamos intuición; o tal vez también con la memoria, o con la imaginación: ir leyendo el cuerpo del otro, el gesto del otro, el aire que se va creando alrededor del otro, leer su espacio y su interior, reconstruir su pasado o su futuro, su naufragio o su alegría, su búsqueda y su hallazgo, lo que le es insignificante y lo que lo sostiene.

Tal vez por eso me guste tanto Banana Yoshimoto - me gusta, sobre todo, cuando para explicar un diálogo o dos, regresa a las experiencias de los personajes que informan, que nutren, que explican, de cierta forma, sus palabras. Y sólo después de hacerlo resume el diálogo.


Comparto lo siguiente, en ambos idiomas:

"Lucky it isn't Friday," he observed.
"Why? D'you believe in luck?"
"They make you pay sixpence on Friday."
"What's sixpence anyway? Isn't it worth sixpence?"
"What's 'it'? What do you mean by 'it'?"
"O, anything­, I mean­... you know what I mean."

Long pauses came between each of these remarks; they were uttered in toneless and monotonous voices. The couple stood still on the edge of the flower bed, and together pressed the end of her parasol deep down into the soft earth. The action and the fact that his hand rested on the top of hers expressed their feelings in a strange way, as these short insignificant words also expressed something, words with short wings for their heavy body of meaning, inadequate to carry them far and thus alighting awkwardly upon the very common objects that surrounded them, and were to their inexperienced touch so massive; but who knows (so they thought as they pressed the parasol into the earth) what precipices aren't concealed in them, or what slopes of ice don't shine in the sun on the other side? Who knows? Who has ever seen this before? Even when she wondered what sort of tea they gave you at Kew, he felt that something loomed up behind her words, and stood vast and solid behind them; and the mist very slowly rose and uncovered. ­O, Heavens, what were those shapes? little white tables, and waitresses who looked first at her and then at him; and there was a bill that he would pay with a real two shilling piece, and it was real, all real, he assured himself, fingering the coin in his pocket, real to everyone except to him and to her; even to him it began to seem real; and then... ­but it was too exciting to stand and think any longer, and he pulled the parasol out of the earth with a jerk and was impatient to find the place where one had tea with other people, like other people.

"Come along, Trissie; it's time we had our tea."

"Wherever does one have one's tea?" she asked with the oddest thrill of excitement in her voice, looking vaguely round and letting herself be drawn on down the grass path, trailing her parasol, turning her head this way and that way, forgetting her tea, wishing to go down there and then down there, remembering orchids and cranes among wild flowers, a Chinese pagoda and a crimson crested bird; but he bore her on.

- Kew Gardens, Virginia Woolf

- ¡Suerte que no es viernes!
- ¿Por qué? ¿Crees en la suerte?
- Los viernes te obligan a pagar seis peñiques.
- De cualquier modo, ¿Qué son seis peñiques? ¿Es que esto no ha valido
seis peñiques?

- ¿Qué es "esto"? ¿A qué te refieres al decir "esto"?
- ¡Oh!, a nada... quería decir... bueno, tú sabes a qué me
refería.


Cada uno de sus comentarios estuvo separado por largas pausas; hablaban con voces monótonas y graves. La pareja permaneció inmóvil en el borde del macizo de flores, y juntos enterraron la punta de la sombrilla en la tierra floja. La acción y el hecho de que su mano quedara sobre la de ella expresaba sus sentimientos de un modo extraño, así como aquellas breves e insignificante palabras también habían expresado algo, palabras de alas cortas para el pesado cuerpo de su significado, inadecuadas para volar lejos, y que por eso iluminaban torpemente los objetos comunes que los rodeaban, demasiado imponentes para su tacto inexperto; pero, ¿quién podía saber (así pensaban mientras hundían la sombrilla en la tierra) qué precipicios no se ocultarían o qué laderas de hielo no brillarían al sol en otra parte? ¿Quién podría saberlo? ¿Quién ha visto eso antes? Aunque ella se preguntaba qué clase de té servirían en Kew, él sentía que algo se escondía tras las palabras y se erguía grande y sólido frente a ellos; y la neblina se levantó muy lentamente... ¡Oh, cielos!, ¿qué eran aquellas formas?, mesitas blancas y camareras que primero la verían a ella y luego a él y habría una cuenta que él pagaría con una auténtica moneda de dos chelines, y era real, todo era real, se aseguró a sí mismo, acariciando la moneda en el bolsillo, real para todos menos para él y para ella; aunque también para él comenzaba a ser real y entonces... pero era demasiado excitante para permanecer allí y pensarlo por más tiempo, así que extrajo la contera del paraguas de la tierra con un brusco tirón y sintió impaciencia por encontrar el lugar donde uno bebe su té junto con otras personas, igual que las otras personas.

- Ven, Trissie, es hora de tomar el té.

- ¿Dónde se toma el té aquí? - preguntó ella con una extraña excitación en la voz, mirando vagamente en rededor suyo y dejando que él la condujera por el sendero de pasto, sacudiendo el paraguas, volviendo aquí y allá la cabeza, olvidándose del té, deseando descender ahí y luego en aquel lugar, recordando orquídeas y grullas entre las flores silvestres, una pagoda china y un pájaro de cresta carmésí. Pero él la conducía.

- Kew Gardens, Virginia Woolf.

(En Los Universitarios, trad. de Sergio Pitol)

20.4.08

Cosas que caen

Ayer mi hermano me llamó para que me asomara a la ventana - ya era bien de noche, y la luz del alumbrado público dejaba ver trozos blancos cayendo, como si un montón de personas estuvieran sacudiendo bolsas repletas de algún material plástico, muy delgado, hecho pedacitos, todos de distintos tamaños, pero casi todos bastante grandes - no sé por qué los copos de nieve acá son enormes.

Es bonito ver nevar. Sí, me dijo mi hermano. Everything's so still - recuerdo que alguien lo describió así. Y sí, no es como la lluvia, que casi siempre suena contra lo que cae, y que moja y entonces la luz juega a reflejarse, y hay una especie de movimiento, como una vibración imperceptible en el aire. La nieve se sienta, se acuesta encima de sí misma y encima de todo lo que queda debajo, y hay una inmovilidad suave, que no ahoga, sino que es más bien como una colcha ligera y esponjosa, como un abrazo extendido en todas direcciones, silencioso.

Los copos de nieve cayendo me recordaron los petálos de las flores de cerezo, que caen muy graciosamente cuando hace aire, y pintan apenas, con una variación rosa del blanco - como muchas pinceladas caídas que no acaban de cubrir el pasto o la banqueta. El otro día los estaba viendo desde la ventana - un hombre les sacaba fotos, y yo deseé tener tiempo para pintarlos. Pero luego pensé en que las flores son efímeras, y entonces me pareció un tanto absurdo cualquier intento de fijarlas. Me pareció, en cambio, que sí valía la pena pasar por el invierno y esperar la primavera sólo para verlos de nuevo, así como alguna vez pensé que valdría la pena esperar el próximo verano para volver a ver las flores de loto que crecían en un estanque en pratolino.

También pensé en los poemas de Nezahualcóyotl, y en sus flores y en la vida, y en las palabras de alguien a quien quiero pero que no puedo acabar de recordar, algo sobre los brotes de la primavera, y luego las flores, y las hojas del otoño, y sobre cómo las cosas se siguen unas a otras, sin dolor ni nostalgia.

Hoy la nieve comenzó a derretirse desde que salió el sol, cerca de las siete de la mañana; el agua cayendo por los ductos de las casas se siguió escuchando casi hasta las cinco de la tarde. Sonaba como lluvia, por eso me sorprendió ver el sol cuando abrí los ojos. Me gusta oír el agua caer... ¿cómo podría explicar por qué?

15.4.08

What colour are my eyes now?

If you took this much of sea water, of sea water under the full moon, from the surface, lit by it, if you took this much of it, and turned it into a stone translucent enough for light to shine through it, the colour of that stone would have been the colour of your eyes - then.

5.4.08

atrás y atrás no significan lo mismo - aprendiendo a tejer en inglés

... o de la relatividad. Resulta que con motivo de la visita de la madre de mi roomate, tuve a bien retomar mi olvidado sueño de tejer un afghan (especie de chal), el cual se había visto frustrado cuando, hace años, compré un libro de patrones en inglés y no entendí ni jota de las malditas abreviaciones, un verdadero laberinto de siglas incomprensibles en letras minúsculas y mayúsculas y números, todo en tipografía diminuta cuya repetición continúa y continúa y continúa y puede llegar a llenar hasta tres columnas sin ningún mísero dibujito (el pobre libro debe estar llenándose de polillas en las profundidades de algún closet).

Aparentemente, el problema no estuvo en desentrañar tales - bastó un glosario para descifrar las pocas claves que escabapan al experto conocimiento de Joclyn. Lo que nos tomó varios minutos, mucha paciencia y mucha diplomacia, fue llegar a un acuerdo sobre lo que significaba llevar el estambre hacia atrás - es decir, no llegamos a un acuerdo, sino que finalmente nos dimos cuenta de que para ella quería decir una cosa y, para mí, otra; no pudimos entenderlo sino hasta que dejamos de discutir y nos observamos tejer la una a la otra, en silencio. Entonces nos cayó el veinte... aunque no, no fue como un golpe, sino, más bien, como si la comprensión fuera creciendo inadvertida, hasta que finalmente se manifestó en un ligero y seguro asentimiento de cabezas.

Después, cuando revisamos cómo hacer un punto en una página web, encontramos los respectivos tecnicismos, las clasificaciones, los nombres para su modo de tejer y para el mío - pero mencionarlos, tal vez, desemboque en una distracción, en una reducción de la experiencia.