"...to enclose the present moment; to make it stay; to fill it fuller and fuller, with the past, the present and the future, until it shone, whole, bright, deep with understanding."

Virgina Woolf, The Years


1.11.08

Árboles y electricidad



A pesar de vivir tan cerca, no lo había notado antes. Me pregunto si lo habrán decidido ellos.



23.10.08

When did you come to America VI.I - La mar océana

Para mi padre

Para Tania Guerrero,
por la memoria




1492 La mar océana
La ruta del sol hacia las indias



Están los aires dulces y suaves, como en la primavera de Sevilla, y parece la mar un río Guadalquivir, pero no bien sube la marea se marean y vomitan, apiñados en los castillos de proa, los hombres que surcan, en tres barquitos remendados, la mar incógnita. Mar sin marco. Hombres, gotitas al viento. ¿Y si no nos amara la mar? Baja la noche sobre las carabelas. ¿Adónde los arrojará el viento? Salta a bordo un dorado, que venía persiguiendo a un pez volador, y se multiplica el pánico. No siente la marinería el sabroso aroma de la mar un poco picada, ni escucha la algarabía de las gaviotas y los alcatraces que vienen desde el poniente. En el horizonte, ¿empieza el abismo? En el horizonte, ¿se acaba la mar?

Ojos afiebrados de marineros curtidos en mil viajes, ardientes ojos de presos arrancados de las cárceles andaluzas y embarcados a la fuerza: no ven los ojos esos reflejos anunciadores de oro y plata en la espuma de las olas, ni los pájaros de campo y río que vuelan sin cesar sobre las naves, ni los juncos verdes y las ramas forradas de caracoles que derivan atravesando los sargazos. Al fondo del abismo, ¿arde el infierno? ¿A qué fauces arrojarán los vientos alisios a estos hombrecitos? Ellos miran las estrellas, buscando a Dios, pero el cielo es tan inescrutable como esta mar jamás navegada. Escuchan que ruge la mar, la mare, madre mar, ronca voz que contesta al viento frases de condenación eterna, tambores del misterio resonando desde las profundidades: se persignan y quieren rezar y balbucean: "Esta noche nos caemos del mundo, esta noche nos caemos del mundo"

Memoria del fuego. I. Los nacimientos, Eduardo Galeano



Buscando América. Rubén Blades y Los seis del solar.

10.10.08

Es de la tierra

para Juan Carlos


I have now understood that though it seems
to men that they live by care for themselves,
in truth it is love alone by which they live.
- What Men Live By, Leo Tolstoy





Y es un verbo.

Como el pan al trigo, que se otorga.
Como el ave al viento, que sostiene.
Como nieve al frío, que crea.
Como la miel al polen, que origina.
Como el río al agua, que constituye.
Como savia al sol, que alimenta.
Como el fuego al aire, que perpetúa.

Como el atardecer al sol,
que anuncia descanso.
Como el amanecer al sol,
que engendra vida.

Como olas a la marea.
Como lirios al estanque.
Como mariposa al capullo.

Es natural. Es nuestro. Es de la tierra.

6.10.08

me gusta no me gusta me gusta

A petición de doña Carmen , quien me invitó. La onda es la siguiente:

1.- Poner las reglas en tu blog.
2.- Compartir seis cosas que me gusten y seis que no me gusten.
3.- Elegir seis personas al final y poner los enlaces a sus blogs.
4.- Avisar a estas personas dejando un comentario en sus blogs.

Ahi va, con pequeñas modificaciones:


Me gusta:

La lluvia.
Oír llover. Quedito, a veces, por la mañana, o fuerte: el golpear rítmico, calmo o tempestuoso de la lluvia. Las calles mojadas. El pasto y las flores y las hierbas y el cemento mojado. Las cosas que brillan con la luz que se refleja en el agua. El aire limpio y fresco y húmedo que queda después de llover. Caminar con el mango del paraguas apoyado sobre el hombro, jugando a darle vueltas mientras llueve quedito. Ir de copiloto en un coche mientras llueve, escuchar música que me guste y cantar. Ver llover desde un lugar que no sea mi casa, un lugar donde uno pueda sentarse en alguna mesa cerca de un ventanal y disfrutar algo: bebida, lectura, compañía. El olor a tierra mojada que a veces se levanta, y el olor a barro mojado que algunas macetas regalan. ¡Que ganas de darles una mordida!

Un joven xiqueño
Su sonrisa y sus ojos; su voz, escrita y hablada y cantada y callada; y su alma. Cómo no, pa' qué negarlo. Generosidad, luz y agua. La pura poesía.

El chocolate
¡Mmmh! Bebida de los dioses, ovus est, ahora ya democratizada para beneficio de todos nosotros los mortales. Antes de dormir, una tacita en la cama, ¡qué balsamo! El almendrado, mi favorito, entre más espumoso mejor. Y unas pasas o unos granitos de café cubiertos con... ¡mmh! Y su combinación con menta, en helado sobre todo, ¡qué maravilla! La película, sí, me gustó mucho. Tengo una amiga colombiana que le tiene una verdadera pasión y me cuenta su sueño: crear una clínica del chocolate, donde trabajen expertos en las propiedades curativas que el cacao ofrece al alma, y dejar a los psicólogos sin trabajo. ¡Sí cierto!

Las gladiolas
Que la gente dice que es flor de cementerio, no es cierto. ¡A quién se le ocurre! Las flores son para la vida, todas, que para eso se regalan a los difuntos, digo yo, para celebrarles la vida con la que nos regalaron. Las gladiolas, pues, tan altas y elegantes, tan generosas, con todas esas bellas y delicadas cabecitas ladéandose con tanta gracia hacia un lado, y después hacia otro, ascendiendo, jugando al tiempo, a seguirse, a perpetuarse, a irse abriendo poco a poco y con coqueta timidez. Las rojas y las blancas, sobre todo, tan intensas, tan definitivas, tan seguras de sí mismas, con una voz bien firme y clara y a la vez suave -las últimas-, y seductora -las primeras-; las moradas tienen un encanto místico, las rosas me parecen un poco cursis, las color duraznoso, un poco kitsch - pero, en realidad, todas son hermosas.

La honestidad
Que no es lo mismo que el cinismo, y tampoco exacto sinónimo de sinceridad. Tiene que ver, creo yo, con algo ético, con el actuar, con el respeto hacia uno mismo y hacia otros. No con lo moral, no con seguir las reglas: me parece que ser moral, muy a menudo, es más eso, seguir reglas de conducta, y seguir reglas por seguirlas, sin reflexionar mucho en ellas o en cómo se originaron o para qué, puede llegar a hacernos una especie de autómatas controlados por miedos a las consecuencias o por testarudez de dogma. La honestidad, en cambio, tiene que ver con un criterio propio, con el actuar que surge del respeto hacia uno mismo y hacia otros, del cuidado hacia los otros y del lugar que se habita en común.

Manejar
Aunque hace mucho que no lo haga, y no en tráfico, por supuesto. Lo disfrutaba particularmente las tardes soleadas entre semana sobre periférico, camino hacia Acatlán, una de las escuelas de la UNAM cerca de la hermana república de Satélite, en mi querido México. Con música y cantando, también, y si llevaba algún copiloto que me hiciera segunda, mucho mejor, como Jessica y nuestro My Sharona o Sólo por hoy, o mi hermana y Babasónicos o Smashing Pumpkins, o Pao y Mercedes Benz.

Los Beatles
Ovus est. Herencia de mi padre. Blackbird, de las más. Y Rain, por supuesto. Y Savoy Truffle. Revolver de mi álbumes favoritos, como Abbey Road. Yellow Submarine, cantada con mi buen y long lost friend Pepe en la clase de matemáticas, que ambos pasamos de milagro. De Let it be, Accross the Universe. In short, todas, absolutamente todas me gustan. Mi beatle favorito: Harrison, sí señor.


No me gusta:

La hipocresía.
Definitivamente, número uno en la lista (y que conste que no estoy numerando en ningún orden de importancia). Me parece alevosa y violenta. Esa penitencia que Dante les asignó a sus practicantes más acérrimos me parece una excelente descripción del acto: eran condenados a llevar siempre una capa con capucha, hecha de plomo, que les cubriera los cuerpos y el rostro siempre, sin volver a mostrarlos jamás. Eso me parece la hipocresía: un disfraz, ocultarse con o sin alevosía y ventaja, un engaño incisivo. Dante los mandó hasta el octavo círculo - fue más benévolo con los golosos y los lujuriosos, ¡fiú!. Ahí dense un paseíto.

La falta de compasión
Que podría llamarse también, creo yo, crueldad; y que a veces puede surgir no necesariamente de un afán de dañar sino de cierta ignorancia de la condición del otro. La compasión, me parece, pide comprensión, escucha, tiempo, humildad - para hacer el esfuerzo de ponerse, hasta donde sea posible, en los zapatos del otro, y así acompañarlo.

La lástima
Aunque la Real Academia Española la use como sinónimo de compasión, a mí me parece que hay distinciones. La lástima, a diferencia de la compasión, implica distancias, niveles, jerarquías o estatus si se quiere. Ejemplo: una persona pasa por la calle y mira hacia abajo, ve a una persona sentada, recargada, sostenida apenas por la banqueta o el muro, que pide, y le da unas monedas, o un susurro o una mirada que quiere decir ¡pobre! La lástima denigra, resta humanidad.

Tener hambre
Me pone de muy mal humor. No sé por qué. Y comer, al contrario, de muy buen humor. Cuando la comida es rica, al terminar, me da un ataque de simpleza y carcajadez. Será que en materia de alimentación mi cuerpo reacciona con la misma complejidad que el de un bebé.


Bueno, este post ya se convirtió en una maraña de anécdotas y links. Gracias por la invitación, Carmen, lo disfruté harto.

Invitaciones a mi querida y queridos:

Luza

Don Jesús

Chris

Jorgito Danielito

1.10.08

the possibility of impossibility

Hoy seguí una desviación. Finalmente, me llevó a sentarme en una butaca y escuchar a un señor que se llama John Caputo. Habló, entre otras cosas, de qué es dios. Dijo, entre otras cosas, que dios es la posibilidad de lo imposible. Y habló también de la esperanza, y de la fé. Citó a San Agustín, "hope is hope when it is hope against hope". Y habló de Aristóteles, y del punto medio, y del hombre que cree por completo en la evidencia, y en la fé, no en lo absoluto. Y habló también de una de las virtudes de dios (de la posibilidad de lo imposible que es, de acuerdo con su pensar, dios): el amor. El amor como la posibilidad de lo imposible. De amar lo que no se ama fácilmente. De amar incluso cuando se piensa: este amigo que sólo me habla cuando necesita algo, o este hijo mío desagradecido, no se merecen mi amor. Y habló también de las formas de medir el amor: "the only measure of love is that it is immeasurable".

The possibility of impossibility. Pushing thought beyond its limits. Shattering the horizon of expectation. Como dijo ese otro, Derrida, creo, "the chaosmic". The chaosmic indeed: lo caótico y lo cósmico, ni el caos absoluto ni el orden tajante, sino un movimiento fluctuante entre ambos, flexible, moviendo los brazos como ondas y dibujando en el aire la posibilidad de que cada orilla del movimiento ondulara cerca de varias otras para, eventualmente, conectar con alguna.


;)

27.9.08

Concha nácar

Cada vez que hablamos, los ojos se le ponen rojos. Lo comprendo. Es comprensible. Es normal. Lo raro sería posar la mirada en lo que es y mentirse. El corazón es el corazón. Las agujas, filos. Las heridas, cuando cierran, marcas; y el tiempo no es concha nácar.

Lo que transforma, transforma, dijo con otras palabras.

20.9.08

Reflejo

Las ventana de mi cuarto da al sur; la de la sala, al norte; hacia el este y hacia al oeste hay más casas. Cuando camino, por la tarde, generalmente lo hago hacia el oriente. Y cuando lo hago por la mañana, camino hacia el poniente. El sol siempre me queda atrás. Lo extraño, como a los amigos que hace tanto que no veo.

Hace unos días caminaba de regreso a casa, hacia el semáforo, para cruzar la habitual avenida. Y lo ví. Me golpeó en los ojos, as though he had spotted me among the crowd, even though I was the only one there. Como si alzara los brazos y los agitara en el aire con las palmas abiertas, gritando mi nombre, aprovechando la superficie que le brindó la sucesión de ventanas amplias mientras el camión pasaba frente a mí. Y me miró de frente. Como una estrella vespertina de dimensiones desmedidas. Con los colores cítricos de los cítricos amarillos, estridente, redondo y con orillas puntiagudas que herían el espacio, el aire, mis ojos, sin herirlos. Flotando ahí, frente a mí, otorgándose generoso, esperándome sin impaciencia, recordándome su presencia. Yo le sonreí, reafirmando nuestra amistad con la mirada, haciéndole saber que no lo he olvidado, que lo quiero, que lo extraño, que lo pienso; dejándole saber que su llamado me llenaba de alegría.


Bastaría, lo sé, mirar un poco hacia atrás de vez en cuando.

En busca del tiempo perdido VIII

¿Qué es lo que quiere ahora el tiempo? ¿Que nos desnudemos, que nos vistamos con lo que ya se han vestido tantos otros? ¿Que nos pongamos los harapos de la avaricia, de la ira, de la desesperación, de la soberbia, de la crueldad, del miedo? Volverse sobre sí mismo, tal vez, regresar siempre igual, aunque sea con motivos distintos, con resultados que son, esencialmente, los mismos.

O tal vez no quiera nada. Tal vez no sea el tiempo, sino nosotros, que lo seguimos moldeando con las mismas armas.

4.9.08

En busca del tiempo perdido VII

El pasado puede buscarse, si se quiere, aunque ya sólo habite en algunas esquinas, en las manchas de las alfombras, o en los lugares que los techos ya no alcanzan a cubrir. El presente nos sale al encuentro. Llega. Es ineludible, aunque intentemos evadirlo de tantas formas.

Dicen que el futuro puede encontrarse, de la forma que uno lo quiere, si uno así lo busca. Pero el reino es del azar: ese disfraz del destino - su hermano mayor, tal vez, que le indica hacia dónde dirigirse, o su amante. El lugar abstracto y concreto donde se aman el orden y el caos. A veces se llama coincidencia. Otras, milagro.

27.8.08

Fireworks




Durante el día la luz es blanda. Dispersa. Se sostiene en el aire. Flota, tal vez, menos cuando se recarga sobre el brazo de un sillón, sobre la esquina baja de alguna puerta, sobre la orilla de una enredadera; o cuando la sostiene alguna sombra. Pero en la noche es casi concreta. Casi sólida. Como los brazos de una fogata, por ejemplo. O la lumbre de un cigarro. O una estrella.

Cada año, en Vancouver, se organiza un concurso internacional de fuegos artificiales. Este año concursaron China, Canadá y Estados Unidos. Los fuegos se lanzan desde una plataforma en el mar, en English Bay. Muchas personas, quizás cientos, empiezan a llegar desde la tarde para encontrar y apartar un buen lugar. Permanecen ahí varias horas, esperando a que obscurezca lo suficiente, como a eso de las diez o diez y media.

Demasiadas personas, que ocultan su impaciencia, o no. Que empiezan a pasar sobre las cobijas de otras personas, llenándolas de arena, porque ya no hay más arena sobre la cual caminar. Gente que oculta, o no, su impaciencia. Gente que necesita ir al baño, ir a comprar algo de comer, ir a encontrar a algún amigo, desentumirse las piernas. Gente que sacude una y otra vez la cobija, que no recibe ni un excuse me del siguiente extraño, de la siguiente fila de extraños, de la bolsa que le ha golpeado en la cabeza. Gente que oculta o no su impaciencia. Gente que sigue llegando. Gente que necesita pasar. Gente indecisa que se detiene, que mira alrededor, que evalúa las posibilidades, que no encuentra posibilidades, que es empujada, que se decide, que es interceptada por gente que oculta o no su impaciencia pero que se para e impide y defiende. Sobre un fondo de música estridente, que tampoco se detiene. Y ojalá hubiera sólo arena, pero también hay agua que se mezcla y forma incomprensiblemente una masa en los zapatos.

Y el cielo que todavía tiene luz.

Y el cielo que no obscurece.

Pero obscurece, finalmente. Justo a tiempo, tal vez. Se anuncia lo esperado con una voz de radio alla 97.7, alla estación de pop. Es la final, así es que se verá a todos los concursantes. La gente prepara sus cámaras. Mira al cielo. Espera. Y recibe. En sus pupilas. Luz. Que asciende y que cae. Que se eleva con velocidad, en diferentes direcciones, en líneas rectas o curvas, en distintos colores, en dorados, sobre todo, pero también en verdes o rojos o morados. Luz que asciende en formas inverosímiles, en espirales, en zig zag, imitando lenguas de fuego o ciertas dagas. Luz que desaparece por segundos, y después grita, y revienta, de puro júbilo, de puro gozo, de puro placer de ser luz. Y después centellea, acariciando el aire mientras desciende, dejando el aire vibrando con su felicidad.

Sobre la arena no reina el silencio, pero sí algo parecido. Una antigua fascinación por el fuego. Primigenia, tal vez, primordial. Compartida. Que instaura la posibilidad, tal vez incluso la existencia, de un lazo, fraternal. Que se extiende por todos lados, como redes, entre tanta proximidad.

Todavía no se apaga el último de los fuegos, apenas empieza a anunciarse al ganador, la gente no ha terminado de mostrar su acuerdo, de volver a aplaudir, y ya hay gente de pie, gente que bloquea la mirada de los últimos destellos, que sacude sus pantalones, que pone bolsas sobre sus hombros, zapatos en sus pies, que mira en dirección opuesta, hacia la escaleras que suben a la avenida, que quiere caminar, irse, como si huyera de algo, como si se hiciera tarde para algo. Gente que parece haber olvidado qué hacía ahí, qué hizo ahí, qué sucedió ahí, y quisera estar ya en otro lugar, aunque mañana no haya que ir a la oficina ni llevar a los niños a la escuela.

Es mejor levantarse también, y rápido: la cercanía entre los cuerpos se agudiza. La impaciencia ya no se oculta. Los pasos son diminutos, pero incesantes. El equilibrio se mantiene con dificultad. Se llega a las escaleras y casi se comprende por qué hay gente que pierde la vida debajo de los pies de otra gente que no hace sino caminar, tratar de caminar más rápido, de correr.

Ya en la calle, los ríos de gente, que se obstinan en su faena. Sería mejor detenerse. Esperar. Hacer la sobremesa. Reposar tanto misterio - que, además, permanece.


Humildemente, a los compositores sordos.



Fotografía: eyesplash Mikul
Échenle un vistazo a: Celebration of Light 2008

21.8.08

When did you come to America IV - el saborcito ése de la música

pa' don Juan Carlos Medrano, en su cumpleaños


O, quiéralo o no lo quiera:




Entrevista a Alfredo "Chocolate" Armenteros



Y Guantanamela, o, la música de nosotro' ha caminado:




Entrevista a Alfredo "Chocolate" Armenteros



Ahora sí, el saborcito ése de la música:



Cachita , por el mismo señor.



... y hasta una japonesa:


MusicPlaylistRingtones


Te traigo flores, Orquesta de la Luz, Japón

¡Abrazo cumpleañero!


PD-recomendación: Salsa Around the World, Putumayo.

9.8.08

Las Horas II - Todo lo iguana que se puede

La tierra es como el cielo. Todo es fruto
de una máquina de soledad. El viento
campea displiciente. Nada tiene
sino una enorme juventud. El tiempo
carece de estatura. Por el día
pasa la flecha de todo lo que hiere.

El lugar de las cosas sobrevive
a cada instante. De una palmera salen
altas sonrisas y el agua sonríe
la tristeza. Quieto a fondo, miro
la destrucción de mi espesura.

Y es la tierra, mi tierra, el polvo mío,
el árbol de la noche sollozada,
las puntuales blancuras de la garza,
las luces de mis ojos,
el trayecto de una mirada a otra mirada.
El cielo que vuela de mis ojos a los cielos
de unos ojos terrestres
y las nubes que desbordan el canto.

Nada vive para morir sin dar.
En todo encuentro algo de mí
y en todo vivo y muero.
Estoy todo lo iguana que se puede,
desde el principio al fin.
Hay ya un lucero.


Villahermosa, una vez de octubre de 1966.

Carlos Pellicer

8.8.08

a los que quisieran llamarse, de vez en cuando, agua
(para los que con ella se sienten en casa)


Dos días. El verano es seco, pero hubo dos días. Me despertó (todavía no sé cómo entró, ni por dónde, si todo estaba cerrado). El viento. Olía a lluvia. Pero miento. Ya antes me había despertado el sonido. Muy ligero, sútil, casi distante. Pero sonido, al fin. Después de tantas lluvias mudas.

Cuando estuvieron juntos, el olor y el sonido, pude reconocerlos como lo mismo. Como la misma, digo. Y quise salir a encontrarla. A estar en ella.

Hubo agua extendida, horizontalmente, hasta donde acaba la distancia. Mucha agua rayada, vertical. Y agua ingrávida, gris, cubriendo lo que queda debajo, separándolo de lo que ya no se ve, arriba. Agua pintando espejismos de oasis sobre el pavimento; sobre cortezas delgadas que se desprenden, que juegan a retorcerse, y sobre la madera que se asoma debajo, avergonzada y vanidosa, pintada con el color más profundo y nuevo. Agua sobre barras de metal, que se vuelven aún más obscuras, que dividen el aire. Agua sobre todo, porque todo divide.

Agua sobre bancas. Y sobre ellas, con tornillos, placas. En las placas, ausencias. Años. Principios y fin. Memorias. Halagos. Honores. Nunca el olvido, jamás el olvido. Agua también sobre las placas. Agua también sobre el olvido. Agua sobre la memoria.

Agua sobre las plumas de las gaviotas y de los cuervos y de los patos, aunque se les resbale, aunque se la sacudan. Agua sobre las hélices, sobre los metales aéreos. Debajo de los motores calientes. Sobre los barcos en descanso. Debajo de los botes en descanso. Agua sobre el cemento inconcluso, gigante, sólido y efímero (sobre las máquinas detenidas, enormes, las grúas, las poleas).

Agua sobre los botes de basura. Adentro de los botes de basura. Entre la basura. Entre las fisuras del pavimento. Agua absorbida por la tierra. Agua que rebota. Agua que escurre hacia el agua. Agua devorada por el agua. Agua que flota sobre el agua, condensada, filtrando aún más la luz - o su sombra.

Agua que sube por las orillas de los pantalones, que penetra el grosor de los zapatos, que enfría las puntas de los dedos. Agua infiltrada en los brazos y los hombros de las chamarras. Agua que burla los paraguas. Que se burla de los paraguas. Que los sacude. Agua que los seduce, que los acaricia, que se sienta en ellos. Agua que se deja caer.

Agua que lava y que ensucia. Que se mira o que se ignora. Que se alaba o que se increpa. Agua nostalgia. Agua molestia. Agua consuelo. Agua mentira. Agua verdad. Agua neblina. Agua ilusión. Agua que empieza y ya no termina. Agua que termina. Agua ritmo, agua silencio tenue.

Agua aplastada por el peso de los autos. Impulsada por la velocidad de los autos. Transportada en los cabellos, en los vidrios de los lentes o en los pañuelos mojados. Agua descansando en los techos, en las cornisas, en los escalones.

Agua aire. Sobre todo, contra los que avanzan. Agua aire contra los que permanecen quietos. Sobre sus perfiles. Alrededor de familias indecisas. Afuera de los establecimientos secos.

En la luz que se asomaba entre las persianas (y que yo imaginaba del color propicio), augurio de lluvia. De una lluvia plena de sonido, como música hecha por un instrumento.

1.8.08

When did you come to America III - Chocolate




MusicPlaylist



Imagen: Servicio de chocolate, Luis Eugenio Menéndez Bodefón, siglo XVIII
Música: Chocolate, Los Parientes de Playa Vicente

27.7.08

gaviotas, 5:30

me gusta irme a dormir cuando sale el sol. No sé por qué. Tal vez sea porque hay algo como un arrullo, un murmullo de luz... Translúcida. Intrusa, un poco. Bienvenida, a medias, a través de las persianas - necias e inútiles en su empeño.

me gusta irme a dormir cuando sale el sol. No recuerdo desde cuándo. Tal vez, en realidad, nunca me haya gustado dormir de noche, y lo haga ahora sólo por costumbre, por olvido, por mansedumbre. Y sí, también me gusta mirar al sol amanecer en las nubes, en el cielo, en las ventanas de las casas, a veces, o en las superficies de los árboles - sobre todo, oírlo amanecer en los pájaros. Pero cuando voy a dormir sólo me lo imagino, o lo recuerdo, o un poco de ambos.

me gusta imaginar el mundo que apenas empieza, o que aún no empieza, o que está ya ansioso de empezar, o que se resiste - y yo aquí, acabando, apenas, sonriendo, claro, disfrutando el tiempo, que he ido haciendo mío mientras la obscuridad y los focos salen sobrando; que hago mío ahora, que me duermo, sin preocuparme mucho por las buenas costumbres, la sensatez, la lógica natural o civilizatoria, la indignación o el asombro.

el despertar es otra cosa. Pero, francamente, a quién se le ocurriría pensar en eso cuando sólo está la dulzura, el triunfo mínimo, la usurpación silenciosa, insignificante, la revuelta de un infante que roba el dulce que es para él.

22.7.08

Las horas I - riddle and flower

para Jesús


Tres hermanos viven en una casa:
son de veras diferentes;
si quieres distinguirlos,
los tres se parecen.
El primero no está: ha de venir.
El segundo no está: ya se fue.
Sólo está el tercero, menor de todos;
sin él, no existirían los otros.
Aun así, el tercero sólo existe
porque en el segundo se convierte el primero.
Si quieres mirarlo
no ves más que otro de sus hermanos.
Dime pues: ¿los tres son uno?,
¿o sólo dos?, ¿o ninguno?
Si sabes cómo se llaman
reconocerás tres soberanos.
Juntos reinan en un país
que ellos son. En eso son iguales.

Casiopea, que podía ver lo que ocurriría en los próximos treinta minutos, sabía que Momo resolvería el acertijo.

¿Qué son las horas? ¿Dónde residen? ¿A dónde van? ¿De dónde han venido? ¿Existen? Momo decía que, a veces, le parecía escuchar una música, cuando observaba las estrellas en silencio. Una vez, en otro lugar, pudo escucharla con claridad:

Poco a poco, Momo se fue dando cuenta de que se hallaba bajo una cúpula inmensa, totalmente redonda, que le pareció tan grande como todo el firmamento. Y esa inmensa cúpula era de oro puro.

En el centro, en el punto más alto, había una abertura circular por la que caía, vertical, una columna de luz sobre un estanque igualmente circular, cuya agua negra estaba lisa e inmóvil como un espejo oscuro.

Muy poco por encima del agua titilaba en la columna de luz algo así como una estrella luminosa. Se movía con lentitud majestuosa, y Momo vio un péndulo increíble que oscilaba sobre el espejo oscuro. Flotaba y parecía carecer de peso.

Cuando el péndulo estelar se acercaba lentamente a un extremo del estanque, salía del agua, en aquel punto, un gran capullo floral. Cuanto más se acercaba el péndulo, más se abría, hasta que por fin quedaba totalmente abierto sobre las aguas.

Era una flor de belleza tal, que Momo no la había visto nunca. Parecía componerse solamente de colores luminosos. Momo nunca había sospechado que esos colores siquiera existieran. El péndulo se detuvo un momento sobre la flor y Momo se ensimismó totalmente en su visión, olvidando todo lo demás. El aroma le parecía algo que siempre había deseado sin saber de qué se trataba.

Pero entonces, muy lentarnente, el péndulo volvió a oscilar hacia el otro lado. Y mientras, muy poco a poco, se alejaba, Momo vio, consternada, que la maravillosa flor comenzaba a marchitarse. Una hoja tras otra caía y se hundía en la negra profundidad. Momo lo sentía con tal dolor como si desapareciera para siempre de ella algo totalmente irrepetible.

Cuando el péndulo hubo llegado al centro del estanque, la extraordinaria flor había desaparecido del todo. Pero al mismo tiempo comenzaba a salir, al otro lado del estanque, del agua negra, otro capullo. Y mientras el péndulo se acercaba lentamente a él, Momo vio que el capullo que comenzaba a abrirse era mucho más hermoso todavía. La niña dio la vuelta al estanque para verlo de cerca.

Después de observar, con algo que tal vez haya sido muy similar al amor, varios capullos más abrirse y marchitarse, Momo comenzó a escuchar:

... los sonidos se volvían más y más claros y brillantes. Momo intuyó que era esa luz sonora la que hacía nacer de las profundidades del agua negra cada una de las flores de forma cada vez diferente, única e irrepetible.

Cuanto más escuchaba, más claramente podía distinguir voces singulares. Pero no eran voces humanas, sino que sonaba como si cantaran el oro, la plata y todos los demás metales. Y entonces aparecieron como en segundo término voces de índole totalmente diferente, voces de lejanías impensables y de potencia indescriptible. Se hacían cada vez más claras, de modo que Momo iba entendiendo poco a poco las palabras, palabras de una lengua que nunca había oído y que, no obstante, entendía. Eran el sol y la luna y todos los planetas y las estrellas que revelaban sus propios nombres, los verdaderos. Y en esos nombres estaba decidido lo que hacen y cómo colaboran todos para hacer nacer y marchitarse cada una de esas flores horarias.

Y, de pronto, Momo comprendió que todas esas palabras iban dirigidas a ella. Todo el mundo, hasta las más lejanas estrellas, estaba dirigido a ella como una sola cara de tamaño impensable que la miraba y le hablaba.

Y le sobrevino algo más grande que el miedo.

El profesor Hora le explicó, después, que el lugar al que la había llevado era su propio corazón, y que cada corazón era un lugar similar. Cada flor, una hora. Única, ciertamente, e irrepetible, pero, sobre todo, bella - las flores eran (son, tal vez) inefable belleza creada por algo así como la música de las esferas.

Life holds one great but quite commonplace mystery. Though shared by each of us
and known to all, seldom rates a second thought. That mystery, which most of us
take for granted and never think twice about, is time.

Calendars and clocks exist to measure time, but that signifies little because we all know that an hour can seem as eternity or pass in a flash, according to how we spend it.

Time is life itself, and life resides in the human heart.



Fragmentos: Momo, de Michael Ende.

Ilustración: Momo y Casiopea, por Dagmar Meinders

17.7.08

When did you come to America II - To be or not to be: Spanish, Mexican, Latin

para Chris, también


Without hesitation, the strangest, the single most irrelevant question anyone has ever asked me: What color are you? Válgame el señor. Así, cruzando la calle, con un movimiento que denotaba cierta indignación, cierto extrañamiento ante el hecho, seguramente frunciendo el ceño, como si yo fuera responsable o culpable de algo, como si yo debiera responder a alguna falla en la clasificación, o, más bien, como si yo fuera la falla, como si hubiera cometido alguna especie de pecado al no caber del todo en ninguna de las cajas. Y no es que no quiera a J. (ni tampoco que ella tampoco me quiera, pues), pero preferiría que usara la palabra nada más para decirme qué bien combinan mis zapatos con mi blusa, o que cómo me atreví a salir con esas calcetas, o para hablar de sus pinturas.

Her girlfriend was from Mexico, but she was white! Ajá, sí (el adjetivo, además). I didn't know there were white people in Mexico! Otro. You know the Beatles? Hija mía, pues en qué planeta vivo. I didn't know Mexicans knew the Beatles! Sorprendidísima mi amiga porque me puse a cantar Yellow Submarine junto con una de esas maquinitas que tienen algunos joyeritos, de esos que cuando uno los abre suenan (éstas estaban bien chipocles, como diría un ex-colega, había que darle vuelta a una mini manijita para ponerlas a funcionar, uy, y también tenían Here Comes the Sun, y otras varias que ya no recuerdo).

Otro día estaba platicando con dos amiguitas, una de ellas la misma del incidente bitle, a la cual de repente volteé a ver para sorprenderme con su mirada fija, incrédula, sorprendida, un tanto asustada: It's like two different countries. Ella ha vivido mucho tiempo en Chicago, y enseñó en una comunidad compuesta mayormente de imigrantes mexicanos. Antes de que lo dijera, yo, lo juro, estaba a punto de preguntarle ( o más bien, de afirmarle): It's like two different countries, eh?

Bueno, y ya ni qué decir de que no sepa bailar salsa, y menos de que no tenga la más pájara idea de fútbol más allá de los nombres de Pelé, Maradonna, y, claro, Hugo Sánchez (mis amiguitos de la India lo saben todo, son grandes apasionados del fútbol latinoamericano, y me bombardearon con preguntas que jamás podría responder).

Sin embargo, el descubrimiento más terrible, más doloroso, vino después de ir a ver No Country for Old Men con Rydra. Si la han visto, recordarán que salen un montón de narcos mexicanos en unos trockonones con unas llantotas y unas lucesotas, y otros de intenciones cuestionables, y ya, ni uno decente. Cuando acabó la película y prendieron las luces, Rydra y yo nos volteamos a ver. Ella estaba inclinada hacia adelante, con los brazos estirados hacia el piso, la cabeza un poco ladeada, y me dijo: I'm sorry - por tanto mexican (nótese la falta de mayúscula que en inglés es falta ortográfica, mía), como si ella tuviera cierta responsabilidad, supongo, por el tono con que se repite tantas veces la palabra (tal vez cumpliendo alguna función de embajadora). Pero ahí fue cuándo me cayó el veinte. De lo que significa la palabra. Aquí. Ahora, de verdad, no puedo ni siquiera pensar en la palabra mexican sin sentir que estoy diciendo una mala palabra, incluso cuando la uso para referirme a mí misma, incluso cuando digo, I am Mexican.

Ser Spanish. Eso es algo así como ser English por hablar inglés. Siguiendo tal lógica, los australianos y los canadienses, por ejemplo, serían ingleses. Y bueno, regresando al punto, dentro de la clasificación primera caben también los brazileños, por alguna razón que aún desconozco (a veces no es tan bueno contrariar a la gente, meterlos en camisa de once varas, moverles el tapete). Ésta es la más popular, y la decente. Mi amigo José Luis y yo el otro día nos pusimos a curiosear un libro que se llamaba algo así como Guía de cómo ser racista, en inglés el título, no me acuerdo bien; ahí nos tenían denominados bajo la categoría Hispanics. Yo supongo que algo así querrán decir.

Y bueno, Latin a nadie se la he escuchado. De repento la suelto por ahí para ver qué pasa. Silencios, la mayoría de las veces. Pero no, miento. Hace dos o tres días se la escuché a una profesora, holandesa, que la dijo muy naturalmente, si se me permite el término - se oyó bonito, bien, pues, normal.

Recuerdo que una señora hizo lo imposible por encontrar una palabra para referirse a mí, sin lograrlo: Are you working at the CAG? No. Oh, they told me someone.... someone... la mirada se dirigía insistente hacia mí, demandando no sé qué, luego hacia abajo, someone... luego hacia un lado, someone...; yo, he de confesar, nada más estaba esperando a ver qué palabra iba a soltar finalmente... con curiosidad, claro - pero no me dió el gusto, me harté pues, la diversión llegó a su fin y le dije, cándida: Someone from Latin America? Bueno, ahí sí me sentí como que misionero salvador de almas o algo por el estilo, por que la señora me miro con tanto alivio, con tanto agradecimiento, mientras decía Yes! y señalaba con la mano algún punto detrás de mí, a mi derecha (yo, claro, sonreía).

Hace unos días la misma señora me hizo un favor inesperado, de esos que toman algún tiempo e interés. La abracé con genuino agradecimiento; she hugged me back.

3.7.08

colores que no están

Me gusta ver las flores flotar en el agua. Justamente en La Sra. Dalloway (la novela de Virgina Woolf) uno de los personajes, Sally, es calificada de salvaje por una tía, por cortarle la cabeza a las rosas y ponerlas a flotar en recipientes con agua. La verdad es que así duran más. El otro día, podando una violeta africana (de un color muy fuerte, muy profundo, púrpura, cada flor como pequeñas noches cerca del atardecer) corté, sin querer, dos. Las puse en un pequeño bowl de vidrio, transparente, en un lugar donde da mucho sol. Hoy que me asomé a verlas una de ellas estaba blanca, como si el color se hubiera evaporado; prácticamente transparente, como si el color del agua estuviera decidido a poseerla.

En la tarde, caminando y viendo hacia abajo, vi unas frutitas rojas en el pasto. Recordé que mi amiga Bárbara me había dicho que los cerezos acá no daban cerezas, pero éste, que se asomaba por encima del muro, sí tenía. Tuve que interrumpir la historia que Rydra me estaba contando para mirarlo de cerca: escogí una que se viera buena, estiré la mano y la arranqué. El color era mucho más claro, rojo como pintura de kinder, y al morderla, vi que por dentro era blanca. Le dí una mirada de complicidad a Rydra, le pregunté si creería que pudieran ser venenosas, pensé que los pájaros seguramente se las comían, me la terminé y jugué con el huesito en mi boca, hasta que regresamos a la casa, cerca de las nueve de la noche.

30.6.08

Dedos de luna


Ayer recibí uno de los más bonitos regalos de cumpleaños. Justo el sábado por la noche estaba pensando en lo mucho que me hacían falta; ahora sí puedo decir, pese a todo, ¡Bendita sea la tecnología!
Mi tía trabajaba en la SEP, e igual que sus hermanas, sabía contar cuentos. Bueno, pero esto de que trabajara en la SEP viene a cuento justo porque de la biblioteca sacaba los videos de Los cuentos del espejo (alguien los recuerda? con Andrés Bustamante!), y unos maravillosos volúmenes encuadernados de una revista para niños llamada Colibrí. No sé cuándo empezó a editarse ni cuándo dejó de editarse (o si todavía se edita), pero me tomó varios meses encontrar los volúmenes: cada vez que llamaba a alguna librería de viejo, una misteriosa señora los había comprado TODOS. Finalmente los hallé en una oscura, desordenada y de largos pasillos, en Donceles, esperándome todos juntitos, los 12 tomos, con sus portadas que alguna vez fueron blancas, el colibrí carmín en el centro, y los contornos finos y dorados.

Claro, cuando salí cargando, no sé cómo, todos esos kilos de ilustraciones, crucigramas, cuentos, historias sobre la vida de los mayas, sobre animales de México, explicaciones científicas sobre por qué titilan las estrellas, sobre cuánta agua se gasta en una ciudad, o sobre cómo hacer germinados en un frasco, pequeñas animaciones y barquitos de papel que avanzan solitos en tinas de aluminio llenas de agua, tenía lagrimitas en los ojos.

Los leíamos casi siempre en casa de mi abuela, mis hermanos, mis primas y yo, todos en la sala o sobre la cama de alguna de mis tías. No sé cómo nos leyó mi tía Jani La Vendedora de Nubes que nos recuerdo a todos medio retorcidos de la risa, expulsando frases incomprensibles y cerrando los ojos o agarrándonos la panza (tal vez una serie de chistes locales) - ella hacía todas las voces, y nosotros no teníamos que hacer otra cosa que mirar las ilustraciones. Tengo muchos favoritos, pero el más, es Dedos de Luna, que, ahora me entero, fue publicado el mismo año en que nací.



También les dejo a la vendedora, aunque recomiendo ampliamente que naveguen y naveguen, y se encuentren con la pulga aventurera, con Coyolxauhqui y su viaje al Mictlán, con Nicolás, con Francisca y la muerte, con Mi vida con la ola, un cuento de Octavio Paz bellamente ilustrado, y, por favor, con la palabra descontenta - toda una rareza.



Ya para terminar, los invito a este bonito ejercicio poético:



¡Muchísimas gracias Franciscanito! De verdad - anque sueñe a comercial, ahora los podré llevar conmigo a donde quiera que vaya.

(Y también, muchas gracias a mi tía, que me legó inagotable alimento para el alma para el resto de mi vida)


Ilustración: Leonel Maciel.

25.6.08

En busca del tiempo perdido VI

El tiempo es, sobre todo, paciente. Espera: a que un cuerpo entre en un cuarto, por ejemplo; a que atraviese la densidad del aire; a que los pies vayan desnudos, para recordarles la falsa frescura del piso de otra cocina; a que la presión de la temperatura en la piel imite, tal vez, la lentitud de otra tarde.

21.6.08

sobre algunas voces

Ayer iba muy sumida en lo que fuera que estaba pensando... de repente, tal vez porque el camión se detuvo (o, tal vez debería decir, porque el pasar de las cosas se detuvo), presté atención a la voz que estaba sentada detrás de mí, muy grave, muy profunda, con un tono que daba la impresión de que lo que decía era algo muy importante, o, tal vez, que su importancia había sido pasada por alto, repetidamente, porque también había algo de cansancio en ella, como si supiera de antemano que preguntarlo de nuevo no tendría sentido, que la respuesta seguiría siendo evadida - como si supiera que, sin embargo, no podía dejar de hacerla: What do you want? Algo en el tono me hizo pensar, un tanto absurda e incomprensiblemente, que el dilema debía de ser muy simple, como escoger entre un pastel y otro. Después el tiempo pasó, de nuevo, y otra vez el camión se detuvo de repente, y otra vez la voz de atrás demandó mi atención - ahora resultó extraña, porque hablaba un idioma que no entendía, y porque era mucho más aguda, veloz, menos aterciopelada y más ágil; me pregunté si sería posible que la misma voz cambiara tanto al transitar entre un idioma y otro (recuerdo que alguna vez alguien me preguntó si había notado cómo la voz de alguien más tenía distintas tendencias: cuando hablaba español era más grave, y cuando hablaba inglés era más aguda, como gangosa) - pero no, la diferencia era demasiada, seguramente la mujer que escuché primero se bajó y en su lugar se sentó alguien más; si no había visto la cara a la que pertenecía la primera voz no serviría de nada voltear para comprobar que la que ahora estaba ahí fuera la misma.

Iba a encontrarme con un amigo para ir a ver una obra de teatro - El rey Lear, de Shakespeare. En el primer acto, el rey decide dividir su reino entre sus tres hijas: la que demuestre amarlo más recibirá la porción más grande del reino (como un pastel, ja, que así es como funcionaba en la puesta en escena, de hecho). Las dos hijas más grandes dicen y dicen cosas, más que todo lo que tiene valor, más que a la libertad, etc.; que sólo el amor del padre puede traer felicidad, etc.; y la más pequeña, Cordelia, la más amada por Lear, se dice a sí misma "...I am sure, my love's / More richer than my tongue".

Su padre, en cambio, mide el amor en palabras, y en comparación con los adornos de las de sus hermanas, la sinceridad de las desnudas palabras de Cordelia le parece insultante - la deshereda y exilia de su reino. Lear should've known better... entre lo que se enuncia y lo que es puede haber distancia. (Y si es así, ¿habrá que confiar más en ciertos silencios? ¿O es que habrá que tener un oído más agudo? ¿O sopesar entre las palabras y lo que se ve, entre ellas y lo que se sabe, entre ellas y lo que se recuerda, entre ellas y lo que se intuye?)

7.6.08

When did you come to America I - América

Después de esa clase de historia, ahora, cada vez que escucho la palabra América, no puedo dejar de pensar en La invención de América, de O'Gorman. Y poco después me viene también a la mente aquello de América para los Americanos. Y aquello de llamar, irremediablemente, Americans a los estadounidenses... . Y también pienso en North America, término utilizado para no incluir al resto del continente (distinto de Norteamérica si pensamos en el tratado, por ejemplo). Y, por supuesto, en Rubén Bladés, y en aquello de América es para los Americanos. Y bueno, aquí me detengo porque tal vez debiera incluir uno que otro pie de página.

América. Amerigo, Ameriga, America. América. A un filólogo habría que preguntarle. Americus, América. O a un historiador. Por ahí encontré que el nombre es de origen germano, y significa "signore nella sua patria", ¿señor en su patria, podría decirse? ¿O señor en su propia patria? ¿O señor de su patria, o de su propia patria? Otra versión era "potente nella sua patria". Recuerdo también que, en las clases de la Miss Lupita, me intrigaba y me intrigaba por qué el continente no se llamaba más bien Colona, o algo por el estilo. Podría también preguntar, supongo, porqué no se llama Américo. La patria. Qué ambigua combinación de implicaciones masculinas y femeninas; la masculinización de la tierra (al menos para aquellas lenguas en que las cosas tienen géneros y que coinciden en que el sustantivo es femenino); la feminización de... ¿el padre? ¿un cierto orden? ¿un cierto poder? Vaya, si nos pusiéramos freudianos, o junguianos...


América. Lo repito para no desviarme. América. O para evocar algo. América. O para tratar de dilucidarlo. América. América. Queriendo imaginar el tono, tal vez, con que habría resonado la palabra en boca de Bolívar, o de Martí, o de Fray Teresa de Mier; o del propio Amerigo, incluso, o de Colón, o de Cortéz, o de algún alto gobernante inca que se rehusó a ser vencido, o de su hija, o de su nieto, o de un cacique, o de Malintzin, o de un sacerdote de Texcoco, o de Isabel la Católica, o de Sor Juana, o de Garcilaso, o de Sahagún, o de Gante, o de Carlos III de España; o de un esclavo que huyó al norte a buscar su libertad, o sí, también, en boca de Franklin o Lincoln, o de un quákero, o de un cubano, o de un irlandés, o un italiano, o un hindú; o de un japonés, o de otro japonés; o en qué tan diferente habría sido el tono en boca de un chino que cruzó el pacífico para comerciar en Acapulco del de uno que lo cruzó para construir vías del tren, o de la de un nativo que vió cómo las mismas interrumpían un ancestral camino (ya me detengo, a pesar de lo que excluyo... la lista sería interminable). Aunque pienso, también, y sin poder evitarlo, en cómo suena la Amerika de Mano Negra, o en las voces de García Lorca, de Elvis Presley, de Withman, de Vasconcelos o de Jimi Hendrix - y apenas me atrevo, sin poder evitar sentir vergüenza al saber que no sé de lo que hablo, a mencionar la de alguien que de noche cruza la frontera. Resumo: plétoras de voces, más que millones, que se multiplican en la geografía, en la historia y en el tiempo que transcurre o transcurrió para cada una.

América. La pronuncio, para descubrir cómo suena con mi voz.

to linger

Por las noches me rehúso a dormir. Por las mañanas, a despertar. Al bañarme, a salir del agua.

5.6.08

Cronopios 72 - Oh, make me a mask!

He esperado pacientemente el encuentro con un cronopio... pero nada; será que no he mirado con tanta atención, o que no ando por ahí lo suficiente - digo, no es que no haya sido testigo de la cronopez que nos habita a todos (a todos los seres normales, al menos) y que se asoma con sus guiños a veces tiernos y a veces un tanto escandalizadores... tal vez deba dedicarme a coleccionar esos.

Pero bueno, decía yo que esperaba toparme con algún cronopio total, absoluto, definitivo... alguien capaz de escapar a la realidad al mismísimo tiempo que y justo a través de la develación de sus mecanismos. Pero, lo sé, tal es un ejercicio prácticamente sobre humano, un sacrificio, sí, tal vez... y eso no se le puede pedir a nadie. En tales circunstancias, he decidido en esta ocasión recurrir a uno de los de Cortázar - a Johnny Carter, su Charly Parker.
—Bruno, si un día lo pudieras escribir... No por mí, entiendes, a mí qué me importa. Pero debe ser hermoso, yo siento que debe ser hermoso. Te estaba diciendo que cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté una vez a Jim y me dijo que todo el mundo se siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae... Dijo así, cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir asi. No creas que me olvidaba de la hipoteca o de la religión. Solamente que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mf no vas a decirme que en ese momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, y la hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar y la vieja entraba con el pelo colgándole en mechones y se quejaba dé que yo le rompía las orejas con esa-música-del-diablo.
Dédée ha traído otra taza de nescafé, pero Johnny mira tristemente su vaso vacío.
—Esto del tiempo es complicado, me agarra por todos lados. Me empiezo a dar cuenta poco a poco de que el tiempo no es como una bolsa que se rellena. Quiero decir que aunque cambie el relleno, en la bolsa no cabe más que una cantidad y se acabó. ¿Ves mi valija, Bruno? Caben dos trajes, y dos pares de zapatos. Bueno, ahora imagínate que la vacías y después vas a poner de nuevo los dos trajes y los dos pares de zapatos, y entonces te das cuenta de que solamente caben un traje y un par de zapatos. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es cuando te das cuenta de que puedes meter una tienda entera en la valija, cientos y cientos de trajes, como yo meto la música en el tiempo cuando estoy tocando, a veces. La música y lo que pienso cuando viajo en el métro.
—Cuándo viajas en el métro.
—Eh, sí, ahí está la cosa —ha dicho socorronamente Johnny—. El métro es un gran invento, Bruno. Viajando en el métro te das cuenta de todo lo que podría caber en la valija. A lo mejor no perdí el saxo en el métro, a lo mejor... Se echa a reír, tose, y Dédée lo mira inquieta. Pero él hace gestos, se ríe y tose mezclando todo, sacudiéndose debajo de la frazada como un chimpancé. Le caen lágrimas y se las bebe, siempre riendo.
—Mejor es no confundir las cosas —dice después de un rato—. Lo perdí y se acabó. Pero el métro me ha servido para darme cuenta del truco de la valija. Mira, esto de las cosas elásticas es muy raro, yo lo siento en todas partes. Todo es elástico, chico. Las cosas que pacecen duras tienen una elasticidad... Piensa, concentrándose. —...una elasticidad retardada —agrega sorprendentemente.
Yo hago un gesto de admiración aprobatoria. Bravo, Johnny. El hombre que dice que no es capaz de pensar. Vaya con Johnny. Y ahora estoy realmente interesado por lo que va a decir, y él se da cuenta y me mira más socarronamente que nunca.
—¿Tú crees que podré conseguir otro saxo para tocar pasado mañana, Bruno? —Sí, pero tendrás que tener cuidado.
—Claro, tendré que tener cuidado.
—Un contrato de un mes —explica la pobre Dédée—. Quince días en la boîte de Rémy, dos conciertos y los discos. Podríamos arreglarnos tan bien.
—Un contrato de un mes —remeda Johnny con grandes gestos—. La boîte de Rémy, dos conciertos y los discos. Be—bata—bop bop bop, chrrr. Lo que tiene es sed, una sed, una sed. Y unas ganas de fumar, de fumar. Sobre todo unas ganas de fumar.
Le ofrezco un paquete de Gauloises, aunque sé muy bien que está pensando en la droga. Ya es de noche, en el pasillo empieza un ir y venir de gente, diálogos en árabe, una canción. Dédée se ha marchado, probablemente a comprar alguna cosa para la cena. Siento la mano de Johnny en la rodilla.
—Es una buena chica, sabes. Pero me tiene harto. Hace rato que no la quiero, que no puedo sufrirla. Todavía me excita, a ratos, sabe hacer el amor como... —junta los dedos a la italiana—. Pero tengo que librarme de ella, volver a Nueva York. Sobre todo tengo que volver a Nueva York, Bruno.
—¿Para qué? Allá te estaba yendo peor que aquí. No me refiero al trabajo sino a tu vida misma. Aquí me parece que tienes más amigos.
—Si, estás tú y la marquesa, y los chicos del club... ¿Nunca hiciste el amor con la marquesa, Bruno?
—No.
—Bueno, es algo que... Pero yo te estaba hablando del métro, y no sé por qué cambiamos de tema. El métro es un gran invento, Bruno. Un día empecé a sentir algo en el métro, después me olvidé... Y entonces se repitió, dos o tres días después. Y al final me di cuenta. Es fácil de explicar, sabes, pero es fácil porque en realidad no es la verdadera explicación. La verdadera explicación sencillamente no se puede explicar. Tendrías que tomar el métro y esperar a que te ocurra, aunque me parece que eso solamente me ocurre a mí. Es un poco así, mira. ¿Pero de verdad nunca hiciste el amor con la marquesa? Le tienes que pedir que suba al taburete dorado que tiene en el rincón del dormitorio, al lado de una lámpara muy bonita, y entonces... Bah, ya está ésa de vuelta. Dédée entra con un bulto, y mira a Johnny.
—Tienes más fiebre. Ya telefoneé al doctor, va a venir a las diez. Dice que te quedes tranquilo.
—Bueno, de acuerdo, pero antes le voy a contar lo del métro a Bruno. El otro día me di bien cuenta de lo que pasaba. Me puse a pensar en mi vieja, después en Lan y los chicos, y claro, al momento me parecía que estaba caminando por mi barrio, y veía las caras de los muchachos, los de aquel tiempo. No era pensar, me parece que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. ¿Té das cuenta? Jim dice que todos somos iguales, que en general (así dice) uno no piensa por su cuenta. Pongamos que sea así, la cuestión es que yo había tomado el métro en la estación de Saint—Michel y en seguida me puse a pensar en Lan y los chicos, y a ver el barrio. Apenas me senté me puse a pensar en ellos. Pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba en el métro, y vi que al cabo de un minuto más o menos llegábamos a Odéon, y que la gente entraba y salía. Entonces seguí pensando en Lan y vi a mi vieja cuando volvía de hacer las compras, y empecé a verlos a todos, a estar con ellos de una manera hermosísima, como hacia mucho que no sentía. Los recuerdos son siempre un asco, pero esta vez me gustaba pensar en los chicos y verlos. Si me pongo a contarte todo lo que vi no lo vas a creer porque tendría para rato. Y eso que ahorraría detalles. Por ejemplo, para decirte una sola cosa, veía a Lan con un vestido verde que se ponía cuando iba al Club 33 donde yo tocaba con Hamp. Veía el vestido con unas cintas, un moño, una especie de adorno al costado y un cuello... No al mismo tiempo, sino que en realidad me estaba paseando alrededor del vestido de Lan y lo miraba despacio. Y después miré la cara de Lan y la de los chicos, y después mé acordé de Mike que vivía en la pieza de al lado, y cómo Mike me había contado la historia de unos caballos salvajes en Colorado, y él que trabajaba en un rancho y hablaba sacando pecho como los domadores de caballos...
—Johnny —ha dicho Dédée desde su rincón.
—Fíjate que solamente te cuento un pedacito de todo lo que estaba pensando y viendo. ¿Cuánto hará que te estoy contando este pedacito?
—No sé, pongamos unos dos minutos.
—Pongamos unos dos minutos —remeda Johnny—. Dos minutos y te he contado un pedacito nada más. Si te contara todo lo que les vi hacer a los chicos, y cómo Hamp tocaba Save it, pretty mamma y yo escuchaba cada nota, entiendes, cada nota, y Hamp no es de los que se cansan, y si te contara que también le oí a mi vieja una oración larguísima, donde hablaba de repollos, me parece, pedía perdón por mi viejo y por mí y decía algo de unos repollos... Bueno, si te contara en detalle todo eso, pasarían más de dos minutos, ¿eh, Bruno?
—Si realmente escuchaste y viste todo eso, pasaría un buen cuarto de hora —le he dicho, riéndome.
—Pasaría un buen cuarto de hora, eh, Bruno. Entonces me vas a decir cómo puede ser que de repente siento que el métro se para y yo me salgo de mi vieja y Lan y todo aquello, y veo que estamos en Saint-Germain-des-Prés, que queda justo a un minuto y medio de Odéon.
Nunca me preocupo demasiado por las cosas que dice Johnny pero ahora, con su manera de mirarme, he sentido frío.
—Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa —ha dicho rencorosamente Johnny—. Y también por el del métro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito ni una hojita —agrega como un chico que se excusa—. Y después me ha vuelto a suceder, ahora me empieza a suceder en todas partes. Pero —agrega astutamente— sólo en el métro me puedo dar cuenta porque viajar en el métro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando...
Se tapa la cara con las manos y tiembla. Yo quisiera haberme ido ya, y no sé cómo hacer para despedirme sin que Johnny se resienta, porque es terriblemente susceptible con sus amigos. Si sigue así le va a hacer mal, por lo menos con Dédée no va a hablar de esas cosas.
—Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia... Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio... Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana...
Sonrío lo mejor que puedo, comprendiendo vagamente que tiene razón, pero que lo que él sospecha y lo que yo presiento de su sospecha se va a borrar como siempre apenas esté en la calle y me meta en mi vida de todos los días. En ese momento estoy seguro de que Johnny dice algo que no nace solamente de que está medio loco, de que la realidad se le escapa y le deja en cambio una especie de parodia que él convierte en una esperanza. Todo lo que Johnny me dice en momentos así (y hace más de cinco años que Johnny me dice y les dice a todos cosas parecidas) no se puede escuchar prometiéndose volver a pensarlo más tarde. Apenas se está en la calle, apenas es el recuerdo y no Johnny quien repite las palabras, todo se vuelve un fantaseo de la marihuana, un manotear monótono (por que hay otros que dicen cosas parecidas, a cada rato se sabe de testimonios parecidos) y después de la maravilla nace la irritación, y a mí por lo menos me pasa que siento como si Johnny me hubiera estado tomando el pelo. Pero esto ocurre siempre al otro día, no cuando Johnny me lo está diciendo, porque entonces siento que hay algo que quiere ceder en alguna parte, una luz que busca encenderse, o más bien como si fuera necesario quebrar alguna cosa, quebrarla de arriba abajo como un tronco metiéndole una cuña y martillando hasta el final. Y Johnny ya no tiene fuerzas para martillar nada, y yo ni siquiera sé qué martillo haría falta para meter una cuña que tampoco me imagino.
He aquí otro fragmento, de su ronco pecho:
And the man himself...




Y bueno, qué más cronopez se puede pedir que al Sr. Kerouac en homenaje a Charlie?




Acá se puede leer el cuento completo... y disfrutar de una foto de otro bello cronopio.
Ya para cerrar, bienvenidas y celebradas serán generosas postulaciones .

31.5.08

una forma de ser silencio

Alguna vez tuve una plática sobre flores y jardines: yo abogaba por los últimos y alguien más por las primeras. Un jardinero cuida de su jardín: lo conoce, le procura, lo alimenta, está ahí antes de que las cosas nazcan, mientras se gestan, mientras crecen y cuando van a dormir; sabe esperar, y deja que el jardín también lo alimente, que cuide de su alma y de su espíritu. Una flor... una flor puede ser contemplada: sólo ser contemplada, desde cierta distancia, tal vez, sin necesidad de poseerla, ni de poseer la tierra ni la semilla que le han dado nacimiento; sólamente permanecer en su presencia y, sin esfuerzo, dejar que el pecho siga su impulso, que se abra - recibir la belleza que se va extendiendo adentro, como una ola suave que acaba por cubrir todo pero que no se retira, que es cálida y que en su impulso abre también una sonrisa, que termina por llevar los párpados hacia abajo.

Entonces me parecía que sólo contemplar una flor era un tanto egoísta, como sólo preocuparse por el propio placer, sin cuidar del otro. Pero tal vez ahora entiendo lo que quería decir - el sentimiento me acarició, sin que lo esperara, la otra noche al mirar un recuerdo.

24.5.08

Aretes, café

para Luza


Hoy me dieron ganas de ponerme aretes. Los dejé de usar en algún momento de la universidad, creo, y tuve que volver a hacerlo para la boda de mi hermana - fue necesario, incluso, ir a que volvieran a perforarme el lóbulo derecho, que ya se había cerrado. Después de eso los usé por algunos meses, y después dejé de usarlos otra vez, hasta estos últimos días. Hoy escogí unos de esferas de piedra verde, de un color claro y lechoso, casi translúcido, que le compré a una chava que atendía la caja en uno de los Gandhis (librería) del centro (en Madero, creo que está, no?) - me gustaron muchísimo por cómo los sostiene un alambre que también los rodea con una semiespiral. Me les quedé viendo tanto que acabó por vendérmelos, por la módica cantidad de diez pesos, y después me contó que los hacía un amigo suyo y los vendía en Balderas, de a 3 por 30 pesos.
¿Es que todas esas cosas que no pertenecen pero que se vuelven una suerte de extensión de nuestro cuerpo, y de nuestra personalidad también, tienen cierto poder sobre nosotros mismos y/o sobre otros? Pienso, sobre todo, en un documental que alguna vez vi, de alguna tribu en África donde son los hombres los que se adornan - se pintan y se visten e imitan el cortejo de cierto pájaros, y las mujeres los miran, y escogen, y en la noche puede que alguna de ellas se fugue con alguno de ellos, dejando atrás a quienes deja atrás.
Fui al museo a recoger unos libros que resultaron más grandes y pesados de lo que esperaba; a una librería a buscar una novela que no encontré; y después a leer a un café... ja. Pedí un capuccino, a pesar de la cafeína. Como siempre, los baristas de lo más amables y sonrientes. Como siempre, había más personas solas que acompañadas. Esta vez me dí a la tarea de contar a las primeras... pero después me pareció más fácil contar las que estaban con alguien más.
Concluida la tarea, me pareció pertinente concentrarme en lo propio: hojée el libro sobre historia de los manga y el otro sobre un performancero chino (prístino, con el lujo de romper el plástico y todo), garabatée un poco, y finalmente me puse a leer. Cuando quedaba relativamente poco café, tiré la taza sobre la mesa y manché el piso. Limpié un poco y seguí leyendo. Poco después volví a tomar la taza, eché la cabeza hacia atrás, entrecerré los ojos, entreabrí los labios y no encontré más café. Decidí que era hora de irme. Al llevar el vaso desechable de nuevo hacia la mesa me encontré con la mirada fija de alguien. Sonreí inconsecuentemente, dejé que mi mirada continuara su camino hacia el libro y luego hacia la bolsa, y escuché con sorpresa algo sobre The Hours y luego great book (or was it great movie he said?).
I looked up. I like how the stories are intertwined, dijo, mientras hacía algo como espolvorear canela o tratar de diluir azúcar, a cierta distancia de mi mesa. Francamente, no pensé que alguien estuviera poniendo atención a lo que estaba leyendo aunque, he de admitir, la portada es bastante llamativa, sobre todo por esa costumbre que tienen las editoriales de substituir diseños por pósters de película (cómo me choca)... y sí, siempre me da cierta vergüenza sacar el libro, tan Meryl Streep, tan Nicole Kidman y un poco menos la otra actriz que no recuerdo cómo se llama. Yes, yes, it is, I managed somehow to answer, and then, Have you read Mrs. Dalloway? Creo que no escuchó, se acercó y dijo algo así como I'm sorry? Lo repetí. No, no la había leído. Musité algo sobre los beneficios de hacerlo, sobre los personajes, etc. Y luego la pregunta: seguir conversando o no, invitarlo a sentarse o no, by the way, my name is... or not, allow one thing to lead to the next or not. I guess I'll have to look into it. Yeah... Yeah... That was sort of the end of it.
I stood up, threw the garbage away, and thought the barista should know I had spilled some coffee on the floor. Oh yeah, no problem. Recogí la bolsa con los libros, me dirigí hacia la salida y me encontré con la voz, have a good night, y con los ojos, como si quisieran decir cualquier cosa menos adiós. Decidí no voltear hacia el lugar detrás de la ventana donde lo había visto sentarse. Decidí dejar perder la oportunidad... cierto miedo que prefiere llevar el nombre de prudencia. Dí la vuelta a la esquina y me encontré, escrito en algún lugar, trying is believing, o algo así. Y después, en una vitrina, The Book of Tea. Me pregunté, mi querida Luza, si es que habrá alguna forma de identificar a los que saben dónde se toma el té, o cómo poner una mano sobre otra... pensé, sin realmente recordar, en los que no lo han sabido, o han preferido olvidarlo, o ignorarlo; no pude evitar recordar a alguno del que nunca supe si lo sabría o no.
Pensé, también, en algo más de lo que escribiste, en cómo he querido continuar esa conversación pero la he ido dejando - aquello sobre la caperucita roja, espero que no te moleste que lo cite:

Comparto tu ingenuidad, soy casi una profesional de la candidez, asumo que durante años he sido la mismísima encarnación de caperucita roja. Pero hay mañanas en las que salgo de casa pensando que ya no quiero ser así, y me repito esto ante cualquier extraño que quiere acercarse: la naturaleza del ser humano es de una desconfiabilidad que rebasa cualquier prueba. A veces me gustaría, sólo por curiosidad -y ese es vicio de caperucita-, saber qué poder tienen los pelos y los dientes de los extraños para atreverse a preguntar a qué dios le reza uno. Más práctico sería fingirse sorda, pero tampoco soy práctica. Me gusta irme por el camino largo, y cuando más doloroso se vuelve el trayecto la voz de mis tripas me recuerda que no hay razones para angustiarme, al fin que ya conozco el camino de regreso.

Tal vez el camino de ida también sea familiar, a su modo, aunque sea siempre diferente. Y el de regreso también tiene sus lobos... Digo, uno corre el peligro de tener que pernoctar en el bosque, de puro cansancio, con la caperucita o lo que sea que buenamente uno haya tenido a bien traer en la canasta.
Tal vez exista, también, la posibilidad de encontrarse con los pocos que saben dónde y cómo se toma el té, con los pocos que saben extender su mano... o no. Quién sabe lo que nos depara el azar.
Cuando voy a algún café siempre me debato entre pedir algún tipo de té negro o con especias, o alguna bebida hecha con café (me rehúso a tomar café descafeinado... no sé, es como comer hamburguesas de soya o algo por el estilo). Hoy, mientras la barista preparaba mi capuccino, vi una propaganda de unas bebidas que se prometen maravillosas, anunciándose como red capuccino, red expresso e incluso como red frapuccino... están hechas, al parecer, con un té rojo que contiene poco o nada de la dicha substancia. Creo que he encontrado la solución. I guess I'll give it a shot next time.
PS: A pesar de la coincidencia, la plática sobre Las Horas no puede decirse que haya sido realmente plática. Sigue pendiente.

6.5.08

Óyeme con los ojos

Desviándome un poco de las implicaciones que le daba Sor Juana, la frase me sirve como pretexto para hablar de algo más, algo que a menudo me ronda la cabeza y más cuando leo a Virginia Woolf. Recuerdo, sobre todo, una de las últimas escenas de The Years - estoy tentada a describirla, pero creo que el intento sería fallido... pero bueno, tal vez no haya de otra: un personaje se sienta en una silla, o tal vez en el piso, en medio de una fiesta en la que se reúne gente que no se ha visto en mucho tiempo, y también gente que se ve a menudo, personas que comparten cosas que los acercan o los acercaron unos a otros. El personaje (he olvidado su sexo o su nombre) se pregunta, o se maravilla, o se asombra o se lamenta de cómo están todos ahí, tan cercanos de nuevo, hablando, y sin embargo tan alejados; repara en como es casi imposible que pueda comunicarle a alguien más lo que siente, lo que piensa, lo que sucede dentro de él (mientras se encuentra ahí, rodeado del murmullo, del rumor fuerte y constante), que pueda encontrar la sucesión de palabras que permitan, que abran la posibilidad de cierta cercanía, cierta comunión - mientras todos hablan y hablan, o ríen, o comen o beben o caminan. Tal vez... no tengo el libro a la mano y esto es lo que recuerdo.

Pienso tambien en la compasión, y en su significado. No como piedad o como lástima, por supuesto, sino como algo que tal vez empieza con, pero que va más allá, de la simpatía; algo que requiere cierto esfuerzo, como mirar también dentro de uno mismo, por ejemplo.

Regresando a la frase de Sor Juana, está el juego de sentidos al escuchar - no necesariamente con lo oídos, ni con los ojos necesariamente a través de la escritura... oír, escuchar con los ojos, y sí, tal vez, incluso con la piel, o con el gusto o el olfato, o con un sentido interior, con la brújula que llamamos intuición; o tal vez también con la memoria, o con la imaginación: ir leyendo el cuerpo del otro, el gesto del otro, el aire que se va creando alrededor del otro, leer su espacio y su interior, reconstruir su pasado o su futuro, su naufragio o su alegría, su búsqueda y su hallazgo, lo que le es insignificante y lo que lo sostiene.

Tal vez por eso me guste tanto Banana Yoshimoto - me gusta, sobre todo, cuando para explicar un diálogo o dos, regresa a las experiencias de los personajes que informan, que nutren, que explican, de cierta forma, sus palabras. Y sólo después de hacerlo resume el diálogo.


Comparto lo siguiente, en ambos idiomas:

"Lucky it isn't Friday," he observed.
"Why? D'you believe in luck?"
"They make you pay sixpence on Friday."
"What's sixpence anyway? Isn't it worth sixpence?"
"What's 'it'? What do you mean by 'it'?"
"O, anything­, I mean­... you know what I mean."

Long pauses came between each of these remarks; they were uttered in toneless and monotonous voices. The couple stood still on the edge of the flower bed, and together pressed the end of her parasol deep down into the soft earth. The action and the fact that his hand rested on the top of hers expressed their feelings in a strange way, as these short insignificant words also expressed something, words with short wings for their heavy body of meaning, inadequate to carry them far and thus alighting awkwardly upon the very common objects that surrounded them, and were to their inexperienced touch so massive; but who knows (so they thought as they pressed the parasol into the earth) what precipices aren't concealed in them, or what slopes of ice don't shine in the sun on the other side? Who knows? Who has ever seen this before? Even when she wondered what sort of tea they gave you at Kew, he felt that something loomed up behind her words, and stood vast and solid behind them; and the mist very slowly rose and uncovered. ­O, Heavens, what were those shapes? little white tables, and waitresses who looked first at her and then at him; and there was a bill that he would pay with a real two shilling piece, and it was real, all real, he assured himself, fingering the coin in his pocket, real to everyone except to him and to her; even to him it began to seem real; and then... ­but it was too exciting to stand and think any longer, and he pulled the parasol out of the earth with a jerk and was impatient to find the place where one had tea with other people, like other people.

"Come along, Trissie; it's time we had our tea."

"Wherever does one have one's tea?" she asked with the oddest thrill of excitement in her voice, looking vaguely round and letting herself be drawn on down the grass path, trailing her parasol, turning her head this way and that way, forgetting her tea, wishing to go down there and then down there, remembering orchids and cranes among wild flowers, a Chinese pagoda and a crimson crested bird; but he bore her on.

- Kew Gardens, Virginia Woolf

- ¡Suerte que no es viernes!
- ¿Por qué? ¿Crees en la suerte?
- Los viernes te obligan a pagar seis peñiques.
- De cualquier modo, ¿Qué son seis peñiques? ¿Es que esto no ha valido
seis peñiques?

- ¿Qué es "esto"? ¿A qué te refieres al decir "esto"?
- ¡Oh!, a nada... quería decir... bueno, tú sabes a qué me
refería.


Cada uno de sus comentarios estuvo separado por largas pausas; hablaban con voces monótonas y graves. La pareja permaneció inmóvil en el borde del macizo de flores, y juntos enterraron la punta de la sombrilla en la tierra floja. La acción y el hecho de que su mano quedara sobre la de ella expresaba sus sentimientos de un modo extraño, así como aquellas breves e insignificante palabras también habían expresado algo, palabras de alas cortas para el pesado cuerpo de su significado, inadecuadas para volar lejos, y que por eso iluminaban torpemente los objetos comunes que los rodeaban, demasiado imponentes para su tacto inexperto; pero, ¿quién podía saber (así pensaban mientras hundían la sombrilla en la tierra) qué precipicios no se ocultarían o qué laderas de hielo no brillarían al sol en otra parte? ¿Quién podría saberlo? ¿Quién ha visto eso antes? Aunque ella se preguntaba qué clase de té servirían en Kew, él sentía que algo se escondía tras las palabras y se erguía grande y sólido frente a ellos; y la neblina se levantó muy lentamente... ¡Oh, cielos!, ¿qué eran aquellas formas?, mesitas blancas y camareras que primero la verían a ella y luego a él y habría una cuenta que él pagaría con una auténtica moneda de dos chelines, y era real, todo era real, se aseguró a sí mismo, acariciando la moneda en el bolsillo, real para todos menos para él y para ella; aunque también para él comenzaba a ser real y entonces... pero era demasiado excitante para permanecer allí y pensarlo por más tiempo, así que extrajo la contera del paraguas de la tierra con un brusco tirón y sintió impaciencia por encontrar el lugar donde uno bebe su té junto con otras personas, igual que las otras personas.

- Ven, Trissie, es hora de tomar el té.

- ¿Dónde se toma el té aquí? - preguntó ella con una extraña excitación en la voz, mirando vagamente en rededor suyo y dejando que él la condujera por el sendero de pasto, sacudiendo el paraguas, volviendo aquí y allá la cabeza, olvidándose del té, deseando descender ahí y luego en aquel lugar, recordando orquídeas y grullas entre las flores silvestres, una pagoda china y un pájaro de cresta carmésí. Pero él la conducía.

- Kew Gardens, Virginia Woolf.

(En Los Universitarios, trad. de Sergio Pitol)